Para los pueblos prehispánicos de México el maíz era divino. Según el mito maya de la creación los hombres fueron creados de maíz. “De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados”, reza el Popol Vuh, libro de mitología maya. Para los aztecas o mexicas, pobladores de la gran Tenochtitlán (Ciudad de México), fueron los mismísimos dioses quienes regalaron el primer grano de maíz al hombre. Su Dios supremo, Quetzálcoatl, fue quién emprendió una aventura para que los aztecas tuvieran el privilegio de cultivar mazorcas. El grano dorado incluso tenía una representación en deidad para los mexicas: Cintéotl. Cuando los españoles llegaron a América descubrieron que el maíz era la base de gran parte de la alimentación no solamente en México, si no de todo el continente americano.
Estas ideas sobre el maíz perduran hasta el día de hoy en la psique mexicana. El grano es la base de la alimentación de millones de mexicanos que consumen la masa del maíz en numerosas formas. El 29 de septiembre se celebra el día del maíz. Los diferentes componentes de la planta son usados como material para artesanías e incluso el hongo que plaga la mazorca se come (huitlacoche). La importancia no solo radica en los aspectos alimenticios y culturales, pues para los mexicanos el precio de un kilogramo de tortilla es un índice económico.
México es el séptimo país que más produce maíz en el mundo según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los mexicanos consumen tanto el grano que no basta con la producción nacional. Según el gobierno de México en 2020 la demanda total de maíz para consumo humano fue de 19.000.035 toneladas. El 10% de esa cifra tuvo que ser importada de otros países –principalmente EE UU– para satisfacer la demanda. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el maíz junto con el arroz y trigo es el mayor cultivo para los pequeños agricultores. Esto no es ninguna sorpresa, pues en México el maíz es junto con las alubias y el arroz, el sustento de millones de mexicanos.


El maíz se consume en forma de tortilla, pero también de tamal, esquite, palomita o en sopa. Inclusive hay bebidas derivadas de la mazorca como el pozol. El pozo consiste en una especie de batido hecho con cacao y azúcar que debido a su alto contenido energético resulta una opción para los que trabajan en el campo y para los mexicanos más pobres. Sin embargo la FAO, en su último reporte advierte que ha habido una ligera disminución en el consumo de productos derivados del maíz. Esto se debe, de acuerdo a la organización, a la abundante oferta de productos de harinas de trigo procesadas.
Aún con esa ligera disminución, la incesante demanda por el grano plantea un dilema para México, pues sus productores nacionales no dan abasto. Esto provocó la introducción y el uso generalizado de granos genéticamente modificados en el campo para poder competir en el mercado. Con ello se puso en peligro las especies nativas del grano, el llamado coloquialmente “maíz nativo”. Según los biólogos hay 64 variedades del grano, 59 razas son nativas de México. Esta clasificación se basa en las formas de la mazorca, el color de sus granos e inclusive la zona geográfica en la que se cultivan.
El maíz nativo es especialmente vulnerable a las plagas y al cambio climático, a diferencia de la mazorca genéticamente modificada. El 13 de abril de 2020 un decreto gubernamental anunciaba la aplicación de una ley para proteger y fomentar la producción del maíz nativo. Esta medida impuso que los mexicanos tenían derecho a saber el origen del maíz que consumían, ya fuese “transgénico” (genéticamente modificado) o nativo. Esta ordenanza fue el comienzo de una medida sin precedentes en el mundo: que un país intentara prohibir en su totalidad un cultivo transgénico.
La lucha contra el maíz transgénico
El 31 de diciembre de 2020 el Gobierno mexicano prohibió el uso de glisofato (plaguicida comercializado por Bayer- Monsanto) y anunció como objetivo eliminar el maíz transgénico antes de 2024. La prohibición del pesticida fue desafiada en las cortes mexicanas por Bayer-Monsanto el 28 de abril de 2021 y un juez le dio la razón. Sin embargo el Gobierno mexicano apeló el fallo y la pelea jurídica continúa. Casi 300 asociaciones agrupadas bajo el lema de “Sin maíz no hay país” han exigido al gobierno que no ceda frente a las presiones de la transnacional; especialmente porque el glisofato está clasificado por la Organización Mundial de la Salud como “probable cancerígeno”.
La guerra contra Bayer-Monsanto no será fácil para la sociedad civil y el Gobierno mexicano, pero la esperanza no está perdida. Un buen ejemplo de la batalla legal es aquella que Leydi Pech, una apicultora maya, emprendió contra la transnacional. Pech consiguió de forma definitiva en 2013 que siete estados mexicanos prohibieran el cultivo de soya transgénica debido a que dañaba a las abejas.


Aunque la lucha en las cortes mexicanas resultará en un duelo de titanes, asociaciones indígenas y más pequeñas de la sociedad civil como Fundación Tortilla están asumiendo la batalla de otras maneras. En el caso de la asociación antes mencionada se realizan campañas de información y apoyo a la mazorca no transgénica. Así como difundir las distintas variedades del grano y sus usos en la alimentación.
En Oaxaca una comunidad índigena Mixe protestó la intención de la transnacional estadounidense Mars de patentar una semilla propia de su región. La comunidad evitó que la semilla se convirtiera en propiedad privada. En la capital de ese estado han surgido restaurantes como Itanoní que usan el maíz nativo y educan a través de su propuesta culinaria. Mientras la batalla por salvar el maíz nativo se libra en la corte, estas pequeñas iniciativas intentan salvaguardar la rica variedad del cultivo. Todas comparten una idea: en México, sin maíz, no hay país.
