La crisis hídrica y los efectos del cambio climático en Chile, suponen una serie de proyectos, alternativas e ideas para poder aminorar sus efectos, adaptando incluso la forma en que el país se organiza administrativamente. Es el tema que han expuesto diversos especialistas y que camino a la nueva carta magna, está siendo amplificada desde diversos sectores



A comienzos del 2010, la Isla de Chiloé en el sur de Chile, vio cómo el agua comenzó a ser un recurso escaso en varias localidades de su territorio. Un hecho contradictorio e inexplicable a simple vista, sobre todo teniendo en cuenta que en dicha zona el agua que cae anualmente va entre los 1700 a 2000 mm.
Sin duda, el cambio climático es uno de los causantes de este problema, que ha llevado a la disminución de las lluvias en verano, que es cuando más necesitan agua los sectores rurales de la isla dedicados a la agricultura y ganadería, pero también a la acción humana que ha degradado los ecosistemas terrestres, como bosques nativos, humedales, turberas y lagunas, todos ellos grandes captadores y almacenadores de agua lluvia.
Ambos sucesos generaron la movilización de la comunidad, a fin de, en primer lugar, conocer la realidad de toda la isla y, además, buscar soluciones a los problemas que los aquejaban, los cuales eran iguales para todos: los efectos del cambio climático y la intervención en los ecosistemas que permitían la libre disposición de agua.
Una de las soluciones a este dilema se dio en la localidad rural de Catrumán, en la comuna de Ancud, donde se desarrolló el proyecto Red Participativa de Agua Potable, el cual consistió en la construcción de una red de agua potable, una estación de monitoreo hidrológico y el manejo integrado de la microcuenca que da origen al estero que abastece de agua a la red, junto a la implementación de tecnologías para la depuración de aguas, a través de un humedal artificial para tratar aguas servidas.
Fue una alianza de trabajo entre la comunidad y el mundo científico-académico, quienes unieron sus saberes para recuperar los ecosistemas y generar una visión integrada de las diversas actividades productivas que afectan a la cuenca que desde siglos los abastece de agua.
Mirando Chile desde sus Cuencas
Chile tiene 101 cuencas a lo largo del país, las cuales presentan diversas características dependiendo del territorio en que se encuentran. Pero hay algo donde la gran mayoría de ellas se asemejan y es el creciente proceso de degradación que sufren, provocado en parte por el cambio climático, pero también por la acción humana, a través de acciones como la tala de bosque nativo, la contaminación de las aguas por labores extractivas, las tomas de agua irregulares, entre otras.
Ante esto, muchos organismos dedicados a la investigación y a generar propuestas para enfrentar el cambio climático, promueven que las cuencas sean las unidades territoriales que den una estructura administrativa al país, a fin de resguardarlas y, por ende, cuidar el agua.
Pero vamos por parte, qué es una cuenca. Cristián Frêne Conget, ingeniero forestal, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad- IEB, con amplia experiencia en el manejo integrado de cuencas abastecedoras de agua, nos explica que “es una unidad territorial donde podemos ver sus límites, que son las altas cumbres de los cerros, y en que sabemos que toda la energía y materia, por ejemplo, la lluvia que cae en ella, se dirige a un punto común que es un estero o un río, y por lo tanto la primera cuestión relevante es que esta unidad territorial es un ecosistema”.


Para él, además, la idea de que la nueva estructura administrativa tenga como eje central las cuencas, “sería un cambio radical para Chile, un cambio de paradigma, pues si tomamos las unidades de cuencas como la forma de administración, podemos empezar a evaluar cada actividad que se haga en ella, ya no de manera aislada, sino integrada. Podríamos recoger esa diversidad de cuencas que van de cordillera a mar, en que cada una puede estar en un clima distinto, lo que nos llevaría a manejarlas de acuerdo a su clima y a las culturas que allí viven, pues éstas se adaptan al medio donde viven y también lo modifican. Es decir, es un ciclo eterno donde transforman a los ecosistemas, pero éstos también transforman a los seres humanos en términos de sus conductas, sus hábitos, sus formas de moverse y vivir en ese espacio territorial que es la cuenca”, argumenta el hidrólogo Cristián Frêne.
En esta lógica de cuencas, “saber lo que ocurre aguas arriba, es decir, en la parte alta de la cuenca, genera un efecto en la parte baja de ésta. Por ejemplo, la minería que se da en la cabecera de la cuenca, que es justamente donde se almacenan las aguas, tendrá un impacto en la agricultura, porque modifica el régimen hidrológico, el ciclo local del agua como se llama, que es cómo el agua se mueve dentro de un territorio, de una cuenca. Pero también puede generar problemas graves de contaminación, que afectarán a la agricultura y pondrán en riesgo el agua para el consumo humano, que se da al final de la cuenca, en su desembocadura. Por lo tanto, ese es el primer cambio de integrar la mirada, el tener claro de que todo lo que pase aguas arriba de la cuenca, tiene efectos aguas abajo”, expone el investigador del IEB.
Avances y trabajo en esta materia
Fundación Chile es uno de los organismos que ha liderado la coordinación de diversos equipos para avanzar en identificar y exponer los problemas que derivan de la crisis hídrica, pero también de sumar soluciones a nivel nacional, y que en el ámbito puntual de las cuencas, no ha parado en pandemia.
“Hojas de ruta con cartera de soluciones para avanzar en la seguridad hídrica en dos cuencas piloto, Maule y Maipo; una metodología para la selección de soluciones integradas aplicable en todas las cuencas del país para elaborar hojas de ruta; una propuesta de institucionalidad del agua, tanto a nivel nacional como de cuencas; una propuesta de plan nacional de seguridad hídrica con componente local; y el inicio de la implementación de dos soluciones de corto plazo en las cuencas piloto. Todo lo anterior, lo estamos abordando tanto desde los territorios como a nivel nacional”, nos cuentan desde la Fundación.
Esto es parte de un trabajo avanzado entre 2016 y 2019 en seis cuencas, donde además de Maipo y Maule estaban Copiapó, Aconcagua, Lebu y Baker, las que fueron elegidas debido a que son representativas de diversas realidades, zonas geográficas y problemáticas hídricas de Chile. En cada una de ellas se analizó la realidad de los territorios y se identificaron los factores claves que pueden poner en riesgo el recurso hídrico a futuro.


Toda una mirada centrada en un eje que propone incluso pasar de un Estado centralista, “a un Regionalismo Autónomo, que permita una mayor autonomía en las regiones, y que divida al país en 7 macrozonas (Norte grande, Norte chico, Centro Norte, Centro, Centro Sur, Sur y Austral), con 4 o 5 grandes cuencas dentro de ellas, más otras microcuencas pequeñitas que están en sectores costeros de Chile, lo cual nos permitiría de inmediato redistribuir el poder y la toma de decisiones”, expone Cristián Frêne Conget, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad- IEB.
Por su parte, desde Fundación Chile abogan por “el desarrollo de una política de Estado efectiva co-construida desde los territorios y en estrecha colaboración con el sector productivo, ciudadanía y especialistas que trascienda a los gobiernos y una institucionalidad adecuada que aborde políticamente de manera completa el problema del agua que hoy, lamentablemente, se está viendo de forma sectorial, de manera fragmentada sin la mirada común de todos los actores y la puesta en común en los territorios”.
“Requerimos un modelo de gestión que responda a la necesidad de agua de múltiples usuarios; por ejemplo, las comunidades rurales y el medioambiente no cuentan con derechos de agua y no tienen las herramientas ni los recursos para acceder a soluciones”, finalizan desde FC.
