De todas las quimeras tecnológicas que en el mundo han sido, la de un motor alimentado por agua es una de las que más juego han dado en las últimas décadas, especialmente desde que la Guerra de Yom Kipur generó en 1973 un alza vertiginosa del precio del petróleo. Por supuesto, no faltaron las teorías conspirativas que atribuían el fracaso del invento del siglo a maniobras de las compañías petroleras, y aún hoy basta asomarse a cualquier foro sobre el asunto en internet para descubrir incluso acusaciones de asesinato de quienes osaron continuar por la vía del agua.
De entre todas las mentes que pusieron su imaginación a trabajar en soluciones a la carestía del petróleo destacó la del perito industrial e inventor extremeño Arturo Estévez Varela, que patentó un motor que funcionaba exclusivamente con agua “fresca, limpia y pura de un botijo” -que él mismo degustaba ante las cámaras de televisión- a la que añadía, eso sí, unas pequeñas piedras…


Resultó que el motor andaba, sí -montado sobre un ciclomotor-, pero no solo resultaba ineficiente, sino que no tardó en descubrirse que tenía truco. Aquellas “pequeñas piedras” no eran sino boro, elemento químico carísimo de obtener entonces y también hoy en día. La reacción entre el agua y el boro genera hidrógeno, de tal manera que el ingenio de Estévez era más bien un motor que anticipaba lo que luego habría de llamarse pila de combustible.
“Estévez aparecía ante las cámaras bebiendo de un botijo el agua que luego usaba para hacer funcionar un ciclomotor. En realidad había inventado un rudimentario motor de hidrógeno”
La realidad, que sin duda no ignoraba el inventor de Valle de la Serena, es que el agua no contiene energía porque, sin otras sustancias mezcladas con ella en disolución, es simplemente H2O y, como tal, no encierra energía química. Tampoco es posible quemarla dentro de un motor de combustión en presencia del oxígeno del aire. A fin de cuentas, el agua es hidrógeno que se ha oxidado completamente al reaccionar con el oxígeno, y en ese proceso es cuando se libera toda la energía. No hay nada más que rascar.
La imagen de Estévez bebiendo el agua de su botijo era un momentazo que creó tendencia, pues no han sido pocos los directivos -y simples representantes- de marcas automovilísticas que se han animado siguiendo su ejemplo a beber el vapor de agua condensado que sale por los escapes de sus modelos con pila de combustible de hidrógeno. Es su modo de mostrar al mundo las bondades de una tecnología que no produce más emisiones que un inocente resto de agua.
“El actor Jack Nicholson presumía en 1978 de coche movido por hidrógeno. Aspirando el vapor de agua del escape, decía que ya nadie podría suicidarse con los gases de un coche”
Pero para momentos cumbre, el que protagonizó Jack Nicholson a finales de la década de 1970, cuando las cámaras lo captaron mostrando orgulloso un Chevrolet Impala que le habían adaptado para funcionar con hidrógeno, en este caso concretamente para quemar hidrógeno como si fuera un combustible al uso, igual que la gasolina. En el vídeo de la noticia (junto a estas líneas), el actor aspiraba el vapor de agua del tubo de escape del coche y comentaba que ya nadie se podría suicidar con los gases de un coche…
Como el del Impala de Nicholson, cualquier motor de gasolina con un sistema de inyección adaptado puede funcionar con GLP (gas licuado del petróleo), con gas natural (GNC, comprimido, o GNL, líquido), o con hidrógeno, en forma líquida o gaseosa, que finalmente se quemará dentro de la cámara de combustión de los cilindros con la chispa de la bujía y liberará así la energía necesaria para que se muevan los pistones y, en consecuencia, el motor y las ruedas.
“El problema del invento era que para generar hidrógeno se precisaba agua, que es asequible, y las ‘pequeñas piedras’ de boro que añadía Estévez, que no lo eran en absoluto”
Arturo Estévez proclamaba en un vídeo que puede verse en YouTube (también junto a este artículo) su voluntad de ceder “la licencia del invento al Estado español para beneficio de todos los españoles”. La patente, sin embargo, no se llegó a desarrollar comercialmente, y no precisamente debido a una conspiración.
El problema de aquel motor de agua -Estévez no habría faltado a la verdad de haberlo llamado, con más propiedad pero tal vez menos eco, motor de hidrógeno- es que para generar hidrógeno se precisaba agua, que es asequible al menos en esta parte del mundo, y las piedritas de boro, que no lo son absoluto. Cuando los ingenieros y químicos a cargo de la patente echaron cuentas, entendieron de inmediato que era completamente inviable desde el punto de vista económico.
El reputado periodista Pablo Ibáñez ha explicado mejor que nadie el despropósito energético y económico que representaría instalar un motor como el del inventor pacense en un automóvil cualquiera. En la reacción química entre el agua y el boro (2B + 3H₂O → B₂O₃ + 3H₂ – 433 kJ) se libera hidrógeno en forma de gas que se envía al sistema de inyección del motor para ser quemado dentro de la cámara, proceso en el que el boro se oxida, desprendiendo calor. El óxido de boro ya no se puede utilizar; es decir, el boro metal que necesitamos se agota, por lo que hay que retirarlo e introducir más para seguir funcionando.
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Eso sí, el óxido de boro se puede recuperar y reciclar para transformarlo otra vez en boro metal. Lo que sucede es que en esa operación se consume una cantidad de energía desmesurada. En la combustión del hidrógeno podemos obtener 284,5 kJ/mol, pero para reciclar el óxido de boro y volver a tener boro metálico con el que repostar de nuevo se consumen 1264,47 kJ/mol. Es decir, que hemos gastado 4,4 veces la energía que obtenemos en el coche.
Para generar un kilo de hidrógeno por este método se precisan unos nueve litros de agua, así como unos 3,8 kilos de boro. Suponiendo que el vehículo consuma solo 3 kg/100 km, necesitaremos 11,4 kg de boro. El precio del boro metálico, el más caro, es de unos 4,2 euros por gramo, es decir, que un kilo cuesta unos 4.200 euros. Si utilizamos boro amorfo, más barato, pero también menos eficaz, el gramo sale a unos 1,6 euros, es decir, que un kilo supone unos 1.600 euros.
Seamos benévolos y consideremos el precio más bajo: si para recorrer 100 kilómetros debemos disponer de tres kilos de boro, resulta que la broma nos saldría por 4.800 euros, mientras que con gasolina podemos recorrer 100 kilómetros por menos de 10. Mucho tendría que bajar de precio el boro -o subir el de la gasolina- para que el invento de Estévez Varela fuera no ya rentable, sino concebible siquiera. Así se entiende que no prosperara y no hubiera necesidad de que una cuadrilla de conspiradores se dedicara a hundirlo.
