

La emergencia climática parece haberse colado por fin en la agenda mundial. Aunque la amenaza del calentamiento global está lejos de ser novedosa, los esfuerzos de la comunidad científica y de las agrupaciones ecologistas para alertar de los enormes riesgos a los que se enfrenta el planeta por la subida constante de las temperaturas parecen haber cristalizado en 2019. Ha sido el año de la explosión de los partidos verdes en muchos países, como demostraron las pasadas elecciones europeas, en las que lograron 74 escaños, su máximo histórico. El año de la movilización juvenil por el clima, con Greta Thurnberg a la cabeza y las huelgas estudiantiles como bandera. El año de la preocupación por los residuos plásticos, del mar cubierto de polímeros y el comienzo del fin de objetos desechables que hasta hace poco considerábamos imprescindibles, como pajitas o bolsas de la compra.
Sin embargo, también ha sido el año de Donald Trump y Jair Bolsonaro, del negacionismo climático, de la salida de EEUU de los acuerdos del clima de París y de los enormes incendios en el Amazonas. El cambio climático ya está en nuestras tertulias de sobremesa y discusiones de barra, en comidas de trabajo y reencuentros de instituto. Pero ¿preocupa a todo el mundo por igual? ¿Cómo influye la ideología en nuestra visión del calentamiento global? ¿Es el ecologismo de izquierdas o de derechas? Y, sobre todo, ¿Cómo trasladamos esa preocupación a nuestra acción cotidiana?
A finales del pasado mes, el Real Instituto Elcano publicó el estudio Los españoles ante el cambio climático, que analizaba las actitudes de los españoles frente el cambio climático. Sus resultados son rotundos: una gran mayoría de la población considera que la subida de las temperaturas a nivel global es la mayor amenaza a la que se enfrenta el mundo actualmente y existe un conocimiento alto sobre el cambio climático. No solo se sabe de su existencia (el 97% la reconoce), sino que una mayoría casi igual de amplia (92%) acepta su origen antropogénico, que sus impactos son perceptibles y que los compromisos actuales a nivel global son insuficientes para combatirlos. Hay mucha transversalidad en las actitudes ante el cambio climático de la población española, ya que es un hecho incontrovertible para la mayoría, casi independientemente de su edad, sexo o lugar de residencia: el 98% cree que estamos abusando gravemente del medio ambiente y un 56% lo considera la mayor amenaza a la que se enfrenta el mundo.
Sin embargo, sí que se observan algunas tendencias dispares según el nivel educativo, la inclinación ideológica o la renta de cada individuo, que crean diferentes visiones de la gravedad del calentamiento global o sobre su origen. Unas visiones que se trasladan al espectro político, donde el discurso climático ha calado tanto a la izquierda como a la derecha, aunque las coincidencias en las medidas a adoptar sean aún escasas y el consenso parezca por tanto aún algo lejano.
Retrato robot de la conciencia ecológica
Solo un 3% de la población española duda de la existencia del cambio climático y hay un acuerdo casi unánime respecto al origen humano del calentamiento global
Para Mercedes Pardo Buendía, profesora de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid, esta transversalidad es lógica. “España siempre destaca como uno de los países que considera muy importante el problema del cambio climático”, asegura esta experta en sociología del medio ambiente, que apunta a la continuidad que tiene el estudio con otras publicaciones similares recientes. Por ejemplo, en el último Eurobarómetro, publicado en septiembre con datos de abril, el 23% de los europeos y el 18 % de los españoles situaba el cambio climático como su segunda preocupación internacional, por delante del terrorismo o la situación económica y solo superado por “la pobreza, el hambre y la falta de agua potable”, problemáticas que en todo caso guardan también una fuerte conexión con el calentamiento global.


Solo un 3% de la población española duda de la existencia del cambio climático y hay un acuerdo casi unánime respecto al origen humano del calentamiento global. “No hay en España base social ninguna para los discursos negacionistas del cambio climático” asegura Carmen González Enríquez, investigadora principal de Elcano y una de las autoras del informe.
Sin embargo, la perceptibilidad del fenómeno genera más dudas, aunque minoritarias, ya que casi un 15% cree que la crisis ecológica aún no se nota. Incluso, más de la mitad de las personas encuestadas considera que no hay un consenso científico en torno a esta problemática mundial, un elemento sorprendente si se tiene en cuenta que la convicción de que el calentamiento del planeta existe y es provocado por el hombre es casi unánime entre la comunidad científica internacional. De nuevo, estas convicciones poco informadas sobre el cambio climático son más comunes entre personas de derechas y con poco nivel educativo y de renta.
Discurso político y medidas climáticas
La aceptación del cambio climático entre la población de manera transversal es un hecho, y eso tiene su traducción en la acción política. Para la politóloga Cristina Monge, “la conciencia social sobre el problema existe en la parte más progresista y en la más conservadora del espectro político”. Sin embargo, lo importante para esta profesora de la Universidad de Zaragoza es el diferente grado de ambición o de comodidad con la lucha contra el cambio climático que muestran los partidos. “El diagnóstico es compartido, porque tiene mucho de discurso científico y es prácticamente incontrovertible. Nadie quiere negar las evidencias, pero al final cada uno ve una forma distinta de abordar el tema”, explica Monge, que cree que la derecha española aún tiene que superar ciertos “prejuicios”.
Como ejemplo reciente, el expresidente José María Aznar aseguraba hace unas semanas en una entrevista con el diario Expansión que “no se puede estar amenazando con el apocalipsis todos los días”. Y Vox, único representante patrio del negacionismo climático, impidió en agosto una declaración conjunta en el Senado para apoyar a los afectados por los fuegos en Canarias porque suponía “un trágala ideológico”: en el texto se aludía a que los incendios forestales eran cada vez más letales por culpa del calentamiento global.
“Hay un gran nivel de consenso entre los partidos políticos en torno al cambio climático”, concede otra de las autoras del informe, Lara Lázaro Touza. Pero esta investigadora principal de Elcano cree que “si se analizan los instrumentos que proponen [en forma de políticas], hay importantes diferencias de enfoque”.
Monge va más allá que Lázaro al afirmar que hay una mayor “ambición” en la izquierda, pero cree que eso es una tendencia que está cambiando. “Cuando declararon a Vitoria capital verde europea fue con un Ayuntamiento del PP. Hay ciudades europeas gobernadas por los conservadores que están siendo pioneras en movilidad sostenible y reducción de la huella de carbono. El ecologismo es cada día más aceptado por las diferentes sensibilidades políticas”, concluye.
El discurso político ha tenido por tanto que adaptarse a las preocupaciones ciudadanas, independientemente de su orientación ideológica, ya que éstas giran cada vez más en torno a problemáticas relacionadas con el medio ambiente. “Hay una elevada conciencia ecológica y esta es transversal en el espectro ideológico y generacional”, considera el profesor de Ciencia Política en la UAM Ángel Rivero. Sin embargo, este docente de ideologías políticas cree que, aunque la preocupación por el calentamiento global es real, esto no genera una gran movilización social y por eso los partidos políticos limitan su ambición legislativa en materia de medio ambiente.
“La gente no es particularmente activa, se percibe [el cambio climático] como una tendencia a largo plazo. Muchas personas se ven obligados por percepción social a reconocer su preocupación, pero luego no son consecuentes”, apunta Rivero, que señala una de las claves del estudio: la población española cree que hay que actuar contra la emergencia climática, pero son todavía muy reticentes a sacrificar su estilo de vida para mejorar su huella de carbono.
La responsabilidad personal
“Hay una elevada conciencia ecológica y esta es transversal en el espectro ideológico y generacional”, considera el profesor de Ciencia Política Ángel Rivero
Según la profesora Pardo Buendía, esto se explica por la tradición cultural y religiosa española. “A diferencia de las culturas protestantes que inciden en la responsabilidad individual (por ejemplo, Alemania), la cultura predominante católica históricamente se ha basado en externalizar las culpas y, en general, cargar a los gobiernos con las responsabilidades”, asegura esta socióloga de la Carlos III.
“Existe una cierta incoherencia en la asignación de responsabilidades y el reparto de culpas que hacen los encuestados”, considera la investigadora de Elcano González Enríquez. “Falta claramente una conciencia profunda sobre que cada cosa que cada uno de nosotros hacemos tiene un impacto medioambiental”, añade. Es decir, a pesar de que los autores de la investigación creen que la preocupación por el calentamiento global “ha dejado de ser una reflexión ideológica o una preocupación abstracta” para entrar de lleno en el campo de lo “personal”, esta idea no se traduce en un deseo de mejora de los hábitos cotidianos.
Las tendencias sociológicas de esta falta de responsabilidad individual son las mismas que las de la preocupación general por el cambio climático: las personas más jóvenes, con una mayor educación y que se autoubican en la izquierda ideológicamente señalan con más frecuencia que se sienten “muy responsables”. Hay sin embargo una nueva variable: las mujeres se atribuyen la responsabilidad propia con mucha mayor frecuencia que los hombres (un 58% de las primeras frente a un 42% de los segundos). Para Rivero, se trata de “un dato interesante” porque muestra “la hiperrensponsabilidad social en la que son educadas las mujeres”. El profesor considera que la llamada ética del cuidado, mucho más presente en la manera de criar y educar al sexo femenino, tiene una correlación con el papel tradicional de la mujer, que le lleva a sentirse más responsable personalmente de la destrucción del medio ambiente.
La brecha social de la responsabilidad ecológica
Barcelona, 28 de septiembre. Tan solo un día después de la mucho más mediática Huelga Mundial por el Clima, se organiza algo que se asemeja mucho a una contramanifestación. Miles de coches, muchos de ellos antiguos y casi todos con una matrícula en la que aún se puede reconocer la letra de la provincia de origen, colapsan la Gran Vía de la urbe para protestar contra la zona de bajas emisiones, que entrará en vigor en 2020.
Hay personas de todo tipo, pero en el centro de la protesta se encuentran muchas furgonetas de reparto y coches de trabajo, usados por personas de renta media o baja, que no tienen suficientes recursos para permitirse un vehículo nuevo que emita menos. Según Xavier Labandeira, profesor de la Universidad de Vigo experto en economía climática, “los que más sufren el problema del cambio climático son precisamente aquellos que tienen un menor conocimiento de este y menos medios económicos, algo que en sí es preocupante”


Este conflicto que causan ciertas regulaciones que buscan mejorar los niveles de contaminación en las ciudades es recurrente y provoca una brecha entre las preocupaciones abstractas de los ciudadanos y sus posibilidades económicas reales. En el estudio de Elcano, se pregunta a los usuarios de vehículos si estarían dispuestos a pagar un mayor impuesto de circulación para que se destinaran a políticas de lucha contra el cambio climático. Casi la mitad (un 46%) responde negativamente, y este porcentaje es sustancialmente mayor en las personas de derechas y aquellas con un bajo nivel socioeconómico y educativo: duplica al de los individuos de izquierdas con alto nivel de renta. El principal argumento que se usa es el habitual en estos casos: “Ya pago suficientes impuestos”.
Esta brecha social entre personas formadas y con altos ingresos y los que viven la situación contraria también se intuye a la hora de preguntar a los españoles si creen que el Estado debería dedicar parte de sus recursos a compensar los daños del cambio climático, aunque ello sea a costa de reducir los fondos para otras partidas. Solo entre aquellos con los salarios más bajos (menos de 1.200 y menos de 600 euros) había algo más de un 10% de los encuestados que consideraban que no habría que gastar en ese dinero en la lucha contra el cambio climático, dando como explicación más habitual que hay “otras necesidades más importantes” en las que invertir los impuestos.
Hay una segunda brecha social que también influye en la percepción del cambio climático: la zona en la que se vive. Las personas que viven en localidades pequeñas, de hasta 25.000 habitantes, tienen más tendencia a decir que “todavía no se notan los impactos del calentamiento global”: un 20% de los habitantes rurales tiene esta opinión, mientras que en las ciudades solo un 10% coincide. “La conciencia ecológica es mucho más baja en municipios pequeños y, paradójicamente, algunas de sus manifestaciones más extremas tienen su génesis en las ciudades, no en el campo”, asegura Rivero. El politólogo considera que esto se explica por una gran cantidad de factores, pero cita dos que son claves: la necesidad del coche en un mundo rural “donde el transporte público es casi inexistente” y el aumento de la contaminación visible y respirable en las ciudades, “una evidencia que en el campo aún no preocupa”.
¿Es posible un consenso verde?
A pesar de estas disparidades en las visiones sobre el cambio climático que tienen la persona según su ideología, lugar de procedencia o nivel socioeconómico, el consenso sobre el calentamiento global es evidente y puede ser determinante en la configuración de pactos políticos y proyectos de ley específicos. Pero ¿sería posible alcanzar un acuerdo de Estado, similar al de las pensiones o la violencia machista, entre muchos partidos de todo el arco ideológico español?
Para la profesora Pardo Buendía, la aprobación de una ley de cambio climático mediante consenso “es posible porque esta cuestión se ha situado ya como una necesidad global y casi todos los partidos políticos en España la incluyen en sus programas, aunque con más ímpetu aquellos de izquierda”. Rivero coincide: “Yo no tengo dudas de que es plenamente factible un pacto de estado. Sólo podría ser imposible por motivos tácticos, pero actualmente hay poco espacio para hacer bandera de oposición con este tema.”
Ambos académicos señalan a Alemania como ejemplo de que muchas de las ideas en favor del desarrollo sostenible acaban siendo aceptadas tanto a derecha como a izquierda. “Angela Merkel quiere situar a Alemania como líder mundial en la lucha contra el cambio climático, principalmente porque este requiere una nueva economía, con el desarrollo de tecnologías para la transición energética”, explica Pardo Buendía, que incide en que se pueden encontrar justificaciones tanto de izquierdas como de derechas para luchar contra el cambio climático.
“En todo caso”, añade Rivero, “la idea de la conservación de la naturaleza, de los santuarios, nació en la derecha”. “Aunque ahora la llamada nueva izquierda movilice una serie de microcausas, incluido el ecologismo, como parte de su reinvención tras el fin de la clase obrera en muchos países occidentales, se puede hacer bandera de la lucha contra la degradación del medio ambiente desde cualquier perspectiva política”, concluye el profesor.
Cristina Monge también considera que se pueden hacer reformas en clave de sostenibilidad tanto de izquierdas como de derechas, pero al revés que sus compañeros, considera que esto se convierte en un obstáculo fundamental para llegar a un consenso transversal ideológicamente. En su opinión, puede haber un consenso sobre la detección de los problemas ambientales y sobre el diagnósticos de la situación, pues no se trata de cuestiones opinables, sino de hechos. Pero a la hora de aplicar soluciones a esos retos es donde pueden darse posiciones distintas de origen ideológico y, en cierto sentido, entendibles: “Al final, cada partido político tienes un ideario propio con una serie de criterios. Si buscan la equidad y justicia social, serán de izquierdas, si defienden la libertad del individuo y de las empresas, serán de derechas”, asegura. Un ejemplo sería la reforma energética hacia una electricidad limpia, básica en la lucha contra el cambio climático, pero que se podría articular de dos maneras: mediante criterios neoliberales de mercado o como monopolio natural del Estado, según el marco ideológico que se maneje.
Actualmente hay dos proyectos legislativos relacionados con la lucha contra el calentamiento global: la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y la Estrategia de Transición Justa que, siguiendo las directrices de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y las recomendaciones del Acuerdo de París, busca maximizar las oportunidades de empleo de la transición hacia un modelo de desarrollo bajo en carbono.
Ambos están parados a la espera de un nuevo Gobierno y unas nuevas Cortes. Para Cristina Monge, lo “deseable” es que hubiera un acuerdo de estado, pero que este solo “será posible después de mucho tiempo, no a corto ni medio plazo”, porque los dos grandes partidos (PSOE y PP) tienen visiones muy diferentes sobre las formas de luchar contra el calentamiento global.
Dos formas de ver el mundo que, de continuar creciendo el consenso ciudadano en torno a la necesidad de luchar contra el cambio climático, deberán reconciliarse y buscar la forma de articular una ley común.
