El mar de Aral y el laboratorio escondido de la muerte

El mar de Aral y el laboratorio escondido de la muerte

El mar de Aral y el laboratorio escondido de la muerte

La isla secreta de Vozrozhdeniya, en el mar de Aral, fue el mayor centro de pruebas e investigación de armas químicas y biológicas de la URSS durante la Guerra Fría


Óscar Calero | Especial para El Ágora
Madrid | 4 septiembre, 2020


De camino a Vozrozhdeniya, el doctor Hayes tomó como rutina pasar por una lápida que sobresalía solitaria del terreno. Era de una mujer que se intuye fue enterrada apresuradamente y que más tarde se comprobaría que murió por alguna infección de microbios. «Solía conducir allí todos los días y rezaba por ella». Así terminaba una entrevista para la CNN Brian Hayes, ingeniero bioquímico especializado en agentes tóxicos, y que dirigió la primera expedición al mar de Aral tras la extinción de la URSS para certificar la existencia de una base secreta de producción de armas bioquímicas. Lo que encontraron allí les dejó helados.

Una vez finalizada la II Guerra Mundial, durante la Guerra Fría y hasta hoy, el mar de Aral representa uno de los desastres naturales propiciados por el hombre más dramáticos y desoladores de la historia. Aral es en realidad un lago endorreico o mar interior, ya que no tiene salida fluvial al océano. Surge de la confluencia de los ríos Amu Daria y Sir Daria y su cuenca abarca un total de siete estados asiáticos, entre los que Kazajistán y Uzbekistán son los más grandes y los que mayor curso amparan de estos ríos.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

El Mar de Aral era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, hasta que la URSS tomó la decisión en los años 60 de desviar el agua de los ríos que lo alimentan para regar los cultivos de algodón colindante. Desde ese momento, el mar de Aral comenzó una imparable reducción de su volumen hasta perder en cuatro décadas gran parte de él.

La desecación del gran mar interior de Asia sería suficiente para echarse las manos a la cabeza, pero lo que poca gente sabe es que en las entrañas de sus 68.000 kilómetros cuadrados, hace unos 50 años, se encontraba una planta de investigación y fabricación de armas bioquímicas de los servicios secretos soviéticos.

Una mañana de 1973, Yuri Ovchinnkov entró al despacho del presidente Leonidas Breznnev con el único objetivo de convencer al líder soviético de la extrema necesidad de crear una organización fuerte para el desarrollo de armas biológicas. Ovchinnikov era un joven intrépido, y sobre todo un prodigio de la ingeniería química y el miembro más joven de la Academia Soviética de Ciencias, que osó enfrentarse a la mirada desafiante y mal encarada de Brezhnev.

Ganó el envite, y salió de allí siendo el primer responsable de Biopreparat. Así se llamó el programa que comprendió instituciones, bases militares e instalaciones de todo tipo para desarrollar la investigación y producción de agentes bacteriológicos.

El uso de armas químicas no era nuevo. Desde la I Guerra Mundial se venían utilizando armas que contenían distintos elementos lesivos como el gas mostaza. Entonces la tecnología solo alcanzaba para incapacitar por asfixia o quemaduras al enemigo. Esto cambia radicalmente tras la II Guerra Mundial.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta
Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

Después de años de reparticiones territoriales, tratados de paz por doquier y un mundo dividido en dos bloques muy definidos y antagónicos, aunque la mirada mediática nos llevara a la carrera por el espacio y la reconstrucción de cada nación, a nadie se le escapaba que en el ambiente se respiraba el miedo a una tercera guerra mundial. En el subsuelo de cada gran potencia existía la obligada necesidad de estar preparados. La guerra biológica sería fundamental para un futuro conflicto. Los espías desfilaban como en el camarote de los hermanos Marx, y en una u otra dirección se sabía cuál estaba siendo el objetivo a alcanzar.

Para que esto no se fuera de las manos, en 1972 se firma la Convención sobre Armas Biológicas que aceptaron 180 estados y prohibía el desarrollo, producción, y almacenamiento de armas biológicas y toxinas. Esto quiere decir que la decisión de Brezhnev mandaba a paseo su compromiso con este tratado. Y nadie mejor que la KGB para controlar que todo ocurriera bajo la máxima discreción.

Uno de los lugares elegidos se situaba en el Mar de Aral. La isla Vozrozhdeniya cumplía todos los requisitos. Emergía en medio de la nada de un mar rodeado de desierto, alejado de las fronteras rusas y tenía la infraestructura precisa ya que había sido base militar en muchos momentos de la historia.

Más de 1.500 personas entre ingenieros, científicos, técnicos y militares participaron en el proyecto de Aralsk-7

Los servicios secretos soviéticos se encargaron de desubicarla de cualquier mapa. Aralsk-7, a partir de ese momento, desarrolló su actividad durante 15 años, pero no existió para nadie mientras duró el régimen soviético. Por su situación inmejorable, la base de Aral sirvió además de centro de pruebas para todo los patógenos que iban produciendo. En poco tiempo el fantasma de Aralsk-7 se convirtió en la mayor base de agentes tóxicos de toda la Unión Soviética. Más de 1.500 personas entre ingenieros, científicos, técnicos y militares participaron en el proyecto.

El laboratorio de Aralsk-7 fotografiado desde el aire durante la Guerra Fría

Antrax, viruela y tifus

La isla fue conocida también como Isla Renacimiento o Rebirth Island, por su traducción del ruso al inglés. Crueldades lingüísticas del azar para una fábrica de la muerte como primer y único propósito. El programa desarrolló una amplia lista de toxinas ya conocidas y algunas nuevas todavía más peligrosas. Hubo un gran interés por el carbunco, o lo que comenzó a llamarse ántrax del inglés, en su versión más mortífera que afectaba directamente a los pulmones y es letal en la mayoría de los casos. Además, su propagación se debe a esporas que se mezclan en el ambiente. Esto era una baza que mejoraba la infectividad de los virus que se contagian de persona a persona.

También se han documentados investigaciones sobre la producción de viruela, peste bubónica o tifus. Un mercadillo de microorganismos generados como armas biológicas. El control y evolución de los estudios de agentes tóxicos llegó a tal punto que probaron a realizar híbridos entre los más nocivo. Versiones modificadas biológicamente de ébola con viruela o un desarrollo artesanal del ántrax para producir unos efectos más letales. Rebirth parecía un buffet libre de patógenos con un cheque en blanco desde Moscú a cambio de resultados concluyentes.

Aunque se pudiera pensar lo contrario, el excelente funcionamiento de la isla hizo de la base un lugar que creció socialmente en la misma proporción que sus proyectos. Muchos testimonios muestran lo agradablemente acomodados que se encontraban quienes participan en los trabajos en la isla.

A pocos kilómetros se encontraba la ciudad de Kantubek, dónde vivían civiles familiares de los trabajadores de la base y familias de pescadores, la actividad más importante de la zona. La ciudad contaba con colegios, estadio de fútbol, tiendas, un hospital y un club de oficiales. Kantubek y sus gentes vivían una vida próspera sin, probablemente, saber que lo hacían en uno de los lugares más peligrosos del planeta. El gobierno soviético se encargó de ofrecer muy buenos sueldos y muy poca información de lo que allí se hacía.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

El doctor Gennadi Lepyoshkin, ex coronel del ejército soviético, pasó 18 veranos supervisando las labores de la isla. “Era un lugar hermoso y solíamos nadar y tomar el sol después del trabajo. El ambiente era amigable, la gente ganaba mucho dinero y recibíamos todo tipo de mercancías”. Así narraba para The New York Times la felicidad con la que pasaba los veranos en la isla. Su ahora acomodada jubilación subvencionada por el gobierno ruso por los servicios prestados seguro que ayuda en este tipo de valoraciones.

Esta será la tónica general en todos aquellos agentes que formaron parte del programa de armas biológicas que no decidieron desaparecer tras la ruptura del bloque comunista. De manera oficial, Biopreparat era una empresa nacional farmacéutica. Una excusa para poder investigar bacterias y virus y la versión edulcorada de cualquiera que posteriormente hablase de su participación en ella.

Con más o menos entusiasmo, lo cierto es que Kantubek existía como urbe para alojar a todo el personal de la isla, y también, que vivir allí suponía un incierto peligro. Aralsk7 contaba con un puerto al que llegaban barcos cargueros de abastecimiento, un aeropuerto llamado Barkhan en forma de aspa con cuatro pistas de aterrizaje cruzadas.

En Isla Renacimiento se sumaban tanto las tareas de investigación como de producción de los patógenos. Sin embargo, el objetivo principal fue el de centro de pruebas. Miles de animales fueron sacrificados durante las pruebas. Los experimentos eran a gran escala y se sometían un mínimo de 50 animales en cada ensayo. Agentes del KGB se encargaban de viajar África en busca de animales que luego trasladaban a la isla tras un sinfín de movimientos casi de ajedrecista para no despertar sospechas. “Utilizamos monos, alrededor de unos 200 o 300 al año”, afirmó en una entrevista Lepyoshkin.

Evolución del Mar de Aral. | Ilustración: US Geological Survey / NASA

Sea como fuere, vivir en Vozrozhdeniya era como jugar a la ruleta rusa. Y las consecuencias no tardaron en llegar. En 1971, tras unas pruebas con patógenos de un tipo de viruela modificada, el Lev Berg, un barco científico de la propia flota soviética se acercó más de lo permitido para tomar unas muestras de plancton rutinarias en torno a la isla. El experimento había esparcido 400 gramos de la nueva fórmula por la zona. La técnica de laboratorio encargada de subir a cubierta quedó infectada sin saberlo. Al volver a su casa contagió, se estima, a unas 11 personas de las cuales tres fallecieron en los días sucesivos, incluida ella.

El general soviético Pyotr Burgasov inició el protocolo de emergencia inmediatamente. Llamó a Moscú y habló directamente con el jefe del KGB. Se cerraron todas las vías de comunicación con la isla. Por supuesto, todo ocurrió bajo secreto de Estado y nunca más se supo ni del barco ni del incidente y menos aún de los muertos. El suceso quedó al descubierto con la caída de la URSS y las confesiones de trabajadores de la isla.

Las poblaciones cercanas, acalladas durante años, y ahora independientes, contaron cómo, sin saber qué pasaba en Rebirth, convivían con la muerte masiva de peces, la extinción de alguna especie autóctona de la zona o plagas repetidas en los cultivos próximos. “En tres meses la hierba que cubría nuestros pueblos se había marchitado y los pájaros habían emigrado”, afirmaba un lugareño en una entrevista.

Desertores y caída de la URSS

“En una isla sombría en el mar de Aral, 100 monos son atados a postes […].A unos 75 pies sobre el suelo, una nube del color de la mostaza oscura comienza a desplegarse, disolviéndose suavemente a medida que se desliza hacia abajo hacia los monos. Tiran de sus cadenas y comienzan a llorar. Algunos entierran sus cabezas entre sus piernas. Algunos se tapan la boca o narices, pero ya es demasiado tarde: ya han comenzado a morir”.

Así comienza Biohazard, el libro que pondría patas arriba uno de los mayores secretos de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. El coronel Kanatjan Alibekov, ahora Ken Alibek, fue uno de los muchos científicos que abandonaron la URSS al ver que el panorama a finales de los ochenta pintaba en bastos. Afirma que decidió escribir este libro para avisar a las autoridades mundiales del gran desconocimiento que tenían sobre la investigación y producción de armas biológicas, y el peligro que podría suponer en un futuro para el mundo.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

Alibek era una voz más que autorizada y creíble. Fue director del programa Biopreparat desde 1988 y su información era oro. Alibek fue fundamental para la decisión de la administración americana de intervenir en las zonas ex soviéticas sobre las que pesara la sospecha de haber servido de plantas para la investigación de patógenos.

La década de los ochenta fue la más activa para el programa de Biopreparat, pero también se producía una circunstancia que jugaba en contra en el caso de la isla. En 1980 en mar de Aral había perdido ya la mitad de su volumen. Aquella decisión de desviar el cauce de los ríos que alimentaban el mar iba teniendo unas terribles consecuencias ambientales y estaban dejando al desnudo uno de los secretos mejor guardados del bloque comunista.

Rebirth Island era cada vez más perceptible para la comunidad internacional. Con la llegada e Mijail Gorbachov y la expectativa a la reconversión democrática, Estados Unidos y Reino Unido presionaron al dirigente para abrir las puertas de las instalaciones de armas biológicas a observadores cualificados. La predisposición del nuevo secretario general del Partido Comunista soviético produjo una fuga inminente de científicos y militares que formaban parte del programa. Es muy probable que el creador de la Perestroika no supiera ni la mitad del entramado que se había creado en los entresijos de la Unión Soviética.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

Las sospechas y la preocupación se confirmaron con las deserciones de hombres clave. En 1989, tras viajar a una conferencia al Reino Unido. Vladimir Panchevik, uno de los cerebros de Biopreparat desertó y pidió asilo en las islas británicas.

Panchevick formaba parte de la cúspide de mandatarios de las investigaciones secretas y era uno de los mayores expertos en armas biológicas. Fue elegido para poner en marcha todo el entramado de laboratorios y reclutar a los mejores científicos soviéticos. Siempre argumentó que la propuesta oficial era crear una red de investigaciones para buscar vacunas y fármacos novedosos. Cuando quiso darse cuenta era demasiado tarde o eso contó Panchevick, quién había proyectado una modificación novedosa en los misiles de crucero para liberar los agentes en cantidades industriales.

No es que Panchevick supiera demasiado, es que lo sabía todo.

En Biohazard, Alibek narra con pelos y señales cómo cayó la noticia del abandono de su compatriota. El relato exhaustivo explica cómo solo se oían unos violentos gritos. “¡Tiene que morir!”, rugían los mandamases del Kremlin. Panchevick no es que supiera demasiado, lo sabía todo. Por suerte para él los acontecimientos que se sucedieron debilitaron cualquier operación para terminar con su vida.

Las revelaciones del científico llegaron a manos de Margaret Thatcher, su próximo sucesor, John Major, y el presidente norteamericano George Bush padre. Major, quién mantuvo dos conocidas entrevistas con Gorbachov, le instó acaloradamente que sin el desarme bioquímico no habría ayudas de la comunidad internacional para la transición de la URSS.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

La presión surtió efecto y las autoridades rusas movieron ficha. En 1990 se firmó un acuerdo a tres bandas entre la URSS, Estados Unidos y Gran Bretaña para realizar una serie de visitas a las zonas más conflictivas donde pudiera haber existido trabajo con armas químicas. Un acuerdo de cara a la galería con el que Gorbachov ganaba tiempo. Era como avisar al ladrón antes de llegar al atraco. La maquinaria soviética se puso en marcha. Eligieron los centros que se visitarían, y la información que interesaba dar. Todo lo demás o fue ocultado o destruido. La deserción de Panchevick en realidad fue un ingrediente decorativo para el momento político que se vivía. Un científico ruso no significaba mucho para las potencias occidentales y pasado el trago de la transición rusa a la democracia el tema quedó en el olvido.

Descontaminación

Volvamos unos años atrás. Ante la inminente presión del bloque occidental, y el final de la URSS, la isla Renacimiento recibió la apresurada noticia de abandonar cuanto antes las instalaciones. Toda la población de Kantubek huyó en 1988 como quien abandona un barco que se hunde. La única precaución técnica fue enterrar todo el ántrax con el que se estaba trabajando en ese momento. El carbunco era el producto estrella de las investigaciones en los últimos años. Más de 200 toneladas de ántrax fueron enterradas por la isla con la única precaución de una zanja a escasos dos metros de profundidad y una solución química con decolorante.

Laboratorio de armas biológicas abandonado en la planta de Aralsk-7, en la isla de Vozrozhdeniya, en el Mar de Aral. | FOTO: Ninurta

El carácter de emergencia obligó a dejar las casas de Kantubek tal cual, los laboratorios sin desmantelar y las instalaciones y vehículos militares abandonados. La irremediable situación del Mar de Aral había secado el puerto de la isla y había dejado varados los enormes cargueros del ejército. Esta fue una de las razones por las que tampoco hubo mucha posibilidad de trasportar material o enseres personales de gran tamaño.

Y así quedó la isla de Vozrozhdeniya, como una instantánea para la posteridad, aunque esa imagen no duraría mucho. En 1991, al filo del fin de la URSS, el estado cerró definitivamente el centro de investigaciones. Vozrozhdeniya quedó en un limbo administrativo, compartido sin saberlo por las nuevas naciones de Kazajistán y Uzbekistán. Un regalo envenenado del que poco sabían y mucho se rumoreaba. Durante 10 años, hasta 2001, la isla estuvo desprotegida. Un desamparo que aprovecharon cientos de curiosos para saquear el atractivo botín que allí quedó. Ninguno de todos aquello hijos del Gulag soviético sabía que estaba danzando entre agentes patógenos y territorios probablemente infectados.

En 1992, el coronel Kanatjan Alibeklov y su familia huyeron a Estados Unidos y pidieron asilo político. Una de las figuras de mayor autoridad en los últimos años de Biopreparat alegó a su mala conciencia y al desencanto sobre los objetivos a perseguir con el programa para abandonar la actual Rusia.

Evolución del Mar de Aral en los años 1973-1989-1999-2001-2003-2009. | Foto: US Geological Survey / NASA

A diferencia de Panchevik, Alibek caló mucho más hondo en la administración, en este caso americana, alegando al indeciso y peligroso futuro de la zona cero de la isla. Desde que se publica Biohazard, el interés mediático se hace más grande y el ex militar consigue declarar en el congreso americano. Su discurso dispara directamente al centro de pruebas de Aral, del que el entonces presidente Boris Yeltsin dijo que estaba completamente limpio. “Os están engañando. La zona está contaminada”, recriminó Alibek a las autoridades. La maquinaria del pentágono dio luz verde a buscar información más detallada con el ex coronel de asesor. Con el apoyo de los nuevos estados de Uzbekistán y Kazajistán, se supo por un estudio que el cáncer en las zonas colindantes a la isla había doblado sus números en la década de 1981 a 1991.

Varias zonas de Asia central habían detectado brotes de plagas excesivas. Responsables de la política científica de Rusia seguían diciendo que todo había sido destruido. Hubo alguna expedición más en los siguientes años, pero el entramado burocrático ruso había tomado de nuevo su curso y las visitas quedaban en agua de borrajas.

A finales de 2001, el secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld y las autoridades de Uzbekistán firmaron un acuerdo para limpiar la isla Renacimiento de todo el ántrax y materiales infectados que pudiera quedar. En este punto recuperamos al doctor Hayes, en quién cayó la responsabilidad de dirigir la expedición. El objetivo no era otro que comprobar si existía un peligro real para la seguridad de los Estados Unidos.

Al llegar allí certificaron con mucha preocupación que ése peligro era más que evidente y probablemente hubieran llegado tarde. Las dificultades de la logística impidieron realizar el plan al cien por cien. Brian Hayes decidió construir unos pozos revestidos de plástico grueso, los llenó de clorhidrato de calcio y los mezcló con agua para paralizar el efecto de la tierra contaminada. Se hicieron unas comprobaciones para descartar esporas de ántrax vivas. Después de tres meses, Hayes y su equipo abandonaron la isla.

No tardó la comunidad científica y ecologista en poner en duda el proyecto de limpieza de la base. Jonathan Tucker del Instituto de Estudios Internacionales de Monterey en California comparaba este caso con el de la isla de Guinard. Una base de pruebas del Reino Unido que tardó décadas en declararse limpia después de muchos intentos y un presupuesto tres veces mayor. Según informes bacteriológicos, las esporas de ántrax pueden permanecer activas más de 100 años. Hay muchos cabos sueltos que llevan a pensar que el peligro tóxico es una posibilidad.

En 2008 la disminución del agua del mar de Aral descubrió el primer puente terrestre a tierra firme. Suponiendo que la tierra seguía contaminada y que los materiales que allí quedaban no fueron destruidos, la fauna podría perfectamente traspasar los agentes infecciosos al resto de las poblaciones cercanas. El propio viento racheado típico de la zona también actuaría de vehículo para el mismo involuntario objetivo. Muchas incógnitas que actualmente siguen abiertas y sin respuesta tangible por parte del mundo occidental desarrollado.

Vozrozhdeniya continúa sumida en el misterio y ya poco queda de notorio de uno de los sitios más peligrosos del planeta. Aquella lápida ante la que rezaba el doctor Hayes tan solo parece el recuerdo de una desgracia en el olvido. Pero, sin duda, aquella mujer también es el símbolo de la deshumanización y la crueldad. “El hombre es un lobo para el hombre”, recogió de los textos latinos Thomas Hobbes.



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