Es probable que, a comienzos del año 2020, casi nadie pensara en la cruel virulencia de una pandemia mundial como la que vivimos en la actualidad. Lean, por favor, con un muy especial énfasis este “casi” porque, de los riesgos de una pandemia sanitaria habíamos sido alertados reiteradamente de un tiempo a esta parte por foros como el World Economic Forum.
Riesgo global, por probabilidad e impacto, al que, inmersos en la tercera ola de la COVID-19, parece que no le dimos la suficiente importancia. O, al menos, importancia en su justa medida.
Cuando en marzo de 2020 el Gobierno de España decretó el Estado de Alarma, casi nadie (otra vez), podía imaginar que, un año después, seguiríamos aún inmersos en una pandemia que no parece querer ponérnoslo fácil.
La urgencia para mitigar y frenar los estragos de la COVID-19 en los sistemas sanitario, social y económico, parecen haber disipado algunos de esos otros riesgos a los que nos enfrentamos y cuyas consecuencias pueden tornar, otra vez, devastadoras para el devenir y la Sostenibilidad misma de la humanidad y la vida en el Planeta.
«Considerar el agua como un bien vital y escaso debiera ser una de las arterias principales en cualquier plan estratégico para gobiernos, sector privado, investigadores y sociedad civil»
Afrontar cuestiones como el cambio climático, en términos de urgencia y/o crisis, como planteábamos recientemente en El Ágora, es cuestión de(l) tiempo. La pandemia parece haber silenciado algunos de esos otros desafíos a los que hemos de dar respuesta con grandes dosis de innovación, creatividad, ímpetu y alianzas. Porque las soluciones al inmenso desafío -o a los muchos y definitivos desafíos- a los que nos emplaza Naciones Unidas con la mirada puesta en 2030, ni pueden ni deben dejar a nadie atrás. Como no debieran quedar atrás otras grandes cuestiones cruciales para ese futuro 2030.
Si algo hemos aprendido -además- en la situación actual de pandemia, es que los grandes objetivos requieren grandes respuestas, requieren la voluntad de trabajar conjuntamente, y requieren de la implicación de todos los sectores sociales. Por paradójico que resulte, atajar los efectos de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la urgencia de promover un gran pacto que aúne el compromiso y la implicación de todos. Sin excepción.
De la sociedad civil, llamada a respetar, por extraordinariamente complejo y doloroso que resulte, la distancia social, el confinamiento y las directrices de un Estado del Estado de Alarma. De los gobiernos, que se han visto en la obligación de actuar como “legisladores in extremis”, además de como incentivadores de innovación médica y farmacéutica, y como reconstructores de un maltrecho sistema económico y productivo. Del sector privado, que está sufriendo las duras consecuencias de la pandemia, pero sobre el que a la vez recaerá gran parte del peso de la reconstrucción. De los sectores de investigación e innovación, en búsqueda constante de vacunas efectivas capaces de contrarrestar la rapidez de contagio, las nuevas cepas, y las negras estadísticas de una pandemia que alcanza tintes dramáticos. Y de las entidades sin ánimo de lucro, que se encuentran en primera línea para frenar la propagación de la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas.
«Sin agua no será posible alcanzar ningún otro objetivo ni estrategia»
Pero la COVID-19 también ha de servirnos para recordar la vigencia de otros grandes asuntos que, de no actuar, ahondarán en las profundas cicatrices y en las brechas de un estado de bienestar, en riesgo de agonizar.
Urge, sin ir más lejos, aunar esfuerzos para mitigar las desigualdades sociales, agudizadas por la ya hoy considerada por algunos sindemia de la COVID. Y para evitar que algunos de los grandes logros alcanzados en los últimos años no sufran retroceso alguno, como es el caso del agua.
Y es que considerar el agua como recurso central y vital en la agenda sostenible y en la agenda de reconstrucción pos-COVID-19, es tomarse en serio la Sostenibilidad en todas sus vertientes (económica, social y medioambiental). Hoy, sin embargo, el agua sigue siendo una de esas oportunidades perdidas y la “convidada de piedra” a la que nadie toma suficientemente en serio, en la medida en que, siendo vital, ha sido relegada al olvido en los planes de reconstrucción y a un papel secundario en la matriz de riesgos globales del Foro Económico Mundial, que, junto al alimento, la ha incorporado en la categoría genérica de “crisis de recursos naturales”.
«La COVID-19 ha de servirnos para recordar la vigencia de otros grandes asuntos que, de no actuar, ahondarán en las profundas cicatrices y en las brechas de un estado de bienestar»
Garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos, tal y como recoge Naciones Unidas en su ODS 6, y avanzar en la robustez de los derechos humanos al agua y al saneamiento, merece toda nuestra atención. Un objetivo de desarrollo sostenible y unos derechos humanos que debieran ser interpretados como algo más que una mera declaración de intenciones.
Considerar el agua como un bien vital y escaso debiera ser una de las arterias principales en cualquier plan estratégico para gobiernos, sector privado, investigadores y sociedad civil. Evitar una crisis del agua requiere algo más que palabras. Requiere acción. Porque sin agua no será posible alcanzar ningún otro objetivo ni estrategia.
La vida en el Planeta, con la mirada puesta en el año 2030, como hoy, exige algo más que palabras. Algo más que ríos de tinta y buenas intenciones. Requerirá agua. A día de hoy, nuestra gran asignatura pendiente.
