La biodiversidad es un elemento imprescindible en nuestras explotaciones agrícolas. Me atrevería a decir que tanto como los aperos, el abono o las semillas que utiliza un agricultor. Aunque no sea la más conocida, ni la mejor valorada por muchos productores, la biodiversidad es una pieza más del complejo puzzle que llamamos agroecosistema.
Lejos de ser un capricho, la ciencia es capaz de explicar desde hace ya bastante tiempo por qué la biodiversidad es tan importante, cómo beneficia al agricultor, cuánta biodiversidad tenemos en una parcela e incluso qué prácticas juegan a su favor o en su contra. Las interacciones más importantes con la biodiversidad se dan durante el manejo del cultivo. Tanto es así que, cuando son inadecuadas, el impacto sobre la biodiversidad puede llegar a ser nefasto. Razón por la cual, la ONU considera que la agricultura es actualmente el mayor causante de pérdida de biodiversidad del planeta.
No podemos dar la espalda a la crisis de biodiversidad presente. No es una cuestión de conservar especies emblemáticas o paisajes pictóricos. La biodiversidad es garantía de seguridad alimentaría y nos presta numerosos “servicios”. Veamos un ejemplo al respecto de la polinización: alrededor de un 70% de las plantas cultivadas y hasta el 80% del total de las plantas dependen de la polinización por parte de insectos. Sólo en Europa, el 84% de los 264 cultivos principales subsisten gracias a la acción de abejas, avispas, moscas, escarabajos, mariposas, polillas, trips y otros insectos. Algunos expertos explican esta importancia traduciendo el impacto ambiental en impacto económica. Así, los beneficios de la polinización se valoran en entre aproximadamente 194 a 473 mil millones de dólares.
Está en manos de toda la sociedad, agricultores y consumidores, reconocer el valor económico y ecosistémico de la biodiversidad e incorporarla en nuestras decisiones del día a día. Nos equivocaríamos si pensamos que la biodiversidad y la agricultura son incompatibles, ya que, de hecho, si hacemos un manejo adecuado, podemos revertir totalmente esta tendencia y pasar de una pérdida neta a un impacto positivo. Y por si esto fuera poco, al recuperar esa pieza del puzzle, la biodiversidad nos regala un conjunto de beneficios llamados servicios ecosistémicos.
La formación de suelo es uno de ellos. Siempre se ha dicho que el suelo es un organismo vivo, y de hecho, se trata de la interacción de millones de organismos visibles e invisibles para el ojo humano. Son ellos los que forman los suelos en los que podemos cultivar, los que movilizan los nutrientes, los que permiten la infiltración del agua, los que incluso eliminan enfermedades que afectan a nuestro cultivo. Sin ellos, los suelos serían prácticamente inertes, y lógicamente habría que aportar todo.
La polinización es otro de los beneficios que aporta la biodiversidad. Buena parte de nuestra alimentación depende de millones de insectos que cada año polinizan nuestros cultivos. No deja de resultar curioso, o mejor dicho curiosamente triste, que todos los años productores de diferentes puntos del planeta tengan que invertir millones de euros en liberar polinizadores criados para polinizar sus cultivos.


Y por si los servicios ecosistémicos que hemos visto no son suficientemente importantes, aquí tenemos otro de gran interés para cualquier productor: el control biológico de plagas. Un agricultor ecológico, que no utiliza pesticidas, es capaz de producir y sacar sus cosechas adelante. Lo consigue porque genera un ecosistema en su parcela donde viven multitud de organismos, muchos de los cuales se alimentan de las plagas de su cultivo. A mayor complejidad, a más cantidad de biodiversidad, mayor probabilidad de que el control sea más efectivo.
Y la lista no acaba aquí. La biodiversidad, por ejemplo, en forma de un lindero de bosque, puede ayudar a la regulación térmica del cultivo, amortiguando olas de calor y de frío. En forma de una cubierta vegetal, la biodiversidad puede reducir la erosión del suelo. Un seto vivo almacena una cantidad nada desdeñable de carbono y por tanto nos evita los problemas derivados de la acumulación de gases de efecto invernadero.
Si la biodiversidad tiene beneficios tan obvios ¿por qué las prácticas que nos benefician a todos – a la biodiversidad y a los productores- no se han puesto en marcha a mayor escala? En Fundación Global Nature llevamos casi 30 años trabajando por la conservación de la biodiversidad. Estamos convencidos de que la pieza del puzzle no encaja en gran medida porque falta mucha información, asesoramiento y herramientas prácticas al alcance de los productores. Nosotros decimos que acompañamos a los productores, porque intentamos transferir esos conocimientos y junto con los productores trabajamos para que la aplicación de estas medidas sea realista.


El Observatorio de la Biodiversidad Agraria (OBA), financiado por la Fundación Biodiversidad, es un buen ejemplo de este acompañamiento a pie de campo. Ponemos a disposición de la comunidad agraria un conjunto de metodologías que nos permiten conocer el estado de salud de nuestros agroecosistemas. Queremos que cualquier persona, con o sin conocimientos avanzados sobre la biodiversidad, tenga herramientas sencillas para saber en qué posición se encuentra y qué debería hacer para mejorar su relación con la biodiversidad. Nuestros indicadores tienen mucho que ver con esos servicios ecosistémicos clave, por eso tomamos como termómetro la fauna del suelo (lombrices e insectos del suelo), los polinizadores (tanto himenópteros solitarios como otros insectos), la flora o las propias características del entorno de la parcela agraria.
Algunos grupos nos informan sobre la magnitud de un servicio ecosistémico, como por ejemplo, la abundancia de arañas, todas ellas depredadoras, que nos informa sobre control biológico. En otros casos, los bioindicadores nos sirven para valorar la diversidad y calidad de las comunidades de otros seres vivos con los que conviven. El hecho de encontrar abejas solitarias, especializadas en polinizar tipos de flores específicos, nos sugiere que existe una comunidad vegetal variada y compleja.
En paralelo, los grupos nos explican la historia de esa parcela. Esto es muy evidente con las hierbas adventicias (las llamadas “malas hierbas”). En un campo tratado con herbicida no las encontraremos. En otro labrado, veremos plantas diferentes a otro sin labrar. En un campo muy fertilizado, puede que dominen especies que prefieren la abundancia de nitrógeno. Por último, algunos grupos nos informan sobre superficies más reducidas, como las lombrices o fauna del suelo poco móvil. Una mariposa que viaje desde lejos, desde varios kilómetros, no nos hablará de la misma manera del entorno cercano a la parcela que una abeja que busca alimentos en un radio alrededor de sus nidos.
En resumen, los bioindicadores nos ofrecen una historia sobre cada parcela que debemos contextualizar con cada paisaje y entorno.
Pero en realidad, las observaciones no son complicadas, porque nuestro gran esfuerzo consiste en acercar al gran público metodologías sencillas pero que puedan diagnosticar. Cualquier persona puede asomarse a nuestra web e informarse sobre los beneficios de la biodiversidad, como muestrearla y aprender a entender su idioma. Es más, cualquier persona interesada puede convertirse en un observador, aportando los datos de su parcela a toda la comunidad agraria y contribuir así al conocimiento de la biodiversidad.
Otra ventaja que tiene trabajar desde este enfoque es que la información recopilada por zonas geográficas, cultivos o medidas pueden también contribuir a generar políticas medioambientales más ajustadas a las necesidades reales de los productores o a medir la eficiencia que las medidas actuales tienen. En ocasiones, el conocimiento sobre biodiversidad se ha visto obstaculizado por lo difícil que es juntar los datos de climas y entornos tan diferentes como los de España. Apostando por el uso de nuevas tecnologías y la participación masiva, descentralizamos las observaciones.
La fuerza del OBA reside en la red que se construya. Las conclusiones a partir de los muestreos del OBA se utilizarán para comprender el impacto de diferentes tipos de gestión agraria en la biodiversidad. Y este conocimiento es muy valioso para diversos fines. Las conclusiones del monitoreo a gran escala que propone el OBA deben de servir a los agricultores para reflexionar y potenciar sus prácticas más sostenibles. Servirán también a los ciudadanos para aproximarse a la realidad al idioma de la biodiversidad y entender cómo responde esta ante los cambios naturales y aquellos causados por la actividad agraria. Por ello, nos nutrimos de la función didáctica del OBA, que esperamos que sirva para sensibilizar y promover el conocimiento de la biodiversidad. Finalmente, los resultados deben servir como argumento científico para impulsar nuevos planes de conservación de la biodiversidad basadas en una gestión agraria más sostenible, en un proceso en el que se habrá involucrado a ciudadanos y agricultores, custodios de la biodiversidad.