Las cuentas en la naturaleza no son sencillas, ni mucho menos definitivas. Cualquier intento de reducir su complejidad a un modelo tarde o temprano acaba por desvelar pliegues y costuras, lo que en definitiva nos demuestra que en pleno siglo XXI apenas empezamos a conocer nuestro planeta.
Pero hacer cuentas ayuda a tomar decisiones, y revelar necesidades estratégicas y falsos mitos, como aquel que apuntaba que los humedales no eran especialmente relevantes en cuestiones de cambio climático. Sin embargo, el potencial de los humedales como sumidero se ha subestimado y su gestión como aliados clave en la adaptación al cambio climático se ha descuidado.


Las turberas son un gran ejemplo de humedal que actúa como regulador del clima, ya que almacenan el doble de carbono que los bosques del mundo. Pero al destruir estos humedales los convertimos en emisores.
Cuando se drena una turbera para ganar tierra para la agricultura se liberan aproximadamente 30 toneladas de CO2 por hectárea.
En Reino Unido el proyecto CANAPE presentaba en la Conferencia de Living Lakes cómo trabajan con los humedales para plantear estrategias de adaptación al cambio climático, reduciendo las emisiones a través de la restauración de las turberas y proporcionando a los agricultores alternativas viables a la agricultura en las tierras drenadas.
Llaman paludicultura a la práctica de cultivar la vegetación palustre propia de los humedales que a su vez genera fuentes de ingresos más sostenibles para los agricultores, y fuentes de ingresos adicionales para los conservacionistas.
En esta conferencia internacional de Lagos y Humedales, organizada por Fundación Global Nature, el profesor Antonio Camacho de la Universidad de Valencia reveló interesantes datos sobre el ciclo de carbono de los humedales, datos sobre la producción de metano en suelos inundados, respiración del plancton y de los organismos que viven en los limos, emisiones de las plantas acuáticas, fotosíntesis y regímenes de inundación que se dan a lo largo del año, y el resultado obtenido, considerando además su nivel de degradación ambiental, apunta a que los humedales mediterráneos son aliados en la lucha contra el cambio climático, y que la restauración y conservación de humedales como las lagunas manchegas, o los humedales costeros valencianos estudiados, son una estrategia fundamental para adaptarnos a dicho cambio. Cuanto mejor es el estado de conservación del humedal (no alteración morfológica, no alteración hidromorfológica, mejor conservación de las comunidades biológicas), mayor es su capacidad fijadora. O dicho de otro modo: un humedal alterado o mal conservado tiene un potencial de calentamiento mucho más alto que uno bien restaurado y manejado.
Camacho plantea también interesantes retos: muchos parámetros en el manejo de un humedal (salinidad, periodos de inundación, altura de la columna de agua…) hacen que la balanza se incline hacia uno u otro lado con relativa facilidad. Esto abre una perspectiva interesantísima en cuanto a estrategias de adaptación, y supone un aliciente más para emprender una gran estrategia nacional para la recuperación de los humedales españoles. Y precisamente en el marco de la conferencia el secretario de Estado apuntaba la necesidad de elaborar una nueva estrategia de humedales, que complemente a los necesarios trabajos de conservación que se han de llevar a cabo en la nueva planificación hidrológica.
Amanda del Río es directora técnica de la Fundación Global Nature
