La importancia de la predicción meteorológica - EL ÁGORA DIARIO

La importancia de la predicción meteorológica

En el Día Mundial de la Meteorología, el presidente de Aemet, Miguel Ángel López, reflexiona sobre las predicciones climáticas en un planeta cada vez más castigado por los eventos meteorológicos extremos y sobre la necesidad de establecer una comunicación más eficaz con la sociedad para informar adecuadamente de estos fenómenos


Miguel Ángel López Presidente de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)


El tiempo forma parte de la vida diaria de las personas: los espacios de información meteorológica suelen ser los más vistos en las cadenas de televisión, existen numerosas aplicaciones para dispositivos móviles en las que se puede consultar el pronóstico y la propia página web de la Agencia Estatal de Meteorología es una de las más visitadas de las administraciones públicas, con una media diaria de casi diez millones de visitas en 2020 y hasta treinta y tres millones y medio de visitas el pasado 8 de enero, coincidiendo con la nevada asociada a la borrasca Filomena.

Y es que, en función de los pronósticos, elegimos qué ropa ponernos, o pensamos si realmente es buena idea salir al campo, ya que una tormenta podría complicarnos la tarde. Pero más allá de ese aspecto lúdico, el tiempo es esencial para el desarrollo de determinadas actividades humanas, que van desde la generación de energía eléctrica, hasta la facilidad o dificultad para transportar mercancías y personas. Además, los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, tales como olas de calor o de frío, sequías o lluvias torrenciales, pueden tener un gran impacto social y provocar daños a los bienes y personas.

La Gran Vía en Madrid durante la nevada del 9 de enero.

El temporal asociado a la borrasca Filomena, con una nevada histórica en el centro y este peninsular y espesores que rondaron el medio metro en ciudades como Madrid, puso de relieve la gran vulnerabilidad ante los fenómenos meteorológicos extremos a la que estamos sometidos como sociedad. Una actividad tan básica como la movilidad y el transporte de mercancías por vía terrestre y aérea quedó seriamente afectada durante varios días, perturbando la vida diaria de millones de personas. Pero también son habituales en nuestro entorno geográfico las lluvias torrenciales, que dañan seriamente cultivos e infraestructuras; las olas de calor, que suponen un importante problema de salud pública cuando no se está preparado ante ellas, como se demostró en Europa en 2003 con sus miles de víctimas; las sequías, una constante cíclica de nuestro clima que limita el uso de un bien tan esencial como es el agua; e incluso las llegadas de polvo atmosférico africano, que además de provocar «lluvias de barro», pueden tener consecuencias bastante más serias, ya que empeoran notablemente la calidad del aire que respiramos, de esa atmósfera que es urgente proteger y considerarla ya como un dominio publico y por tanto patrimonio de todas las personas.

Los vecinos reparan los destrozos causados por las inundaciones en Los Nietos, en la costa del Mar Menor. | Foto: EFE/ Marcial Guillén
Los vecinos reparan los destrozos causados por las inundaciones en Los Nietos, en la costa del Mar Menor. | Foto: EFE/ Marcial Guillén

Por todo ello, es imprescindible invertir en una mejora de las predicciones meteorológicas. Aunque la atmósfera es una entidad caótica y nunca podremos llegar a elaborar pronósticos del tiempo absolutamente exactos, existe margen de mejora: debemos investigar más y conocer mejor los complejos mecanismos que rigen el comportamiento de nuestro manto gaseoso, así como sus relaciones con el resto de los elementos que componen el sistema climático: los océanos, los hielos, los seres vivos, las montañas, etc. Hay que invertir, por lo tanto, en ciencia. Y también en tecnología, para conseguir mejorar las redes de observación meteorológica (estaciones automáticas, radares, satélites) así como los más sofisticados superordenadores: todo ello redundará en predicciones meteorológicas más precisas.

ola de calor
Una mujer con mascarilla y abanico por las calles de Madrid durante la ola de calor de julio de 2020. | Foto: EFE/ Mariscal

Por supuesto, no podemos obviar la crisis climática en la que estamos inmersos. El cambio climático ya es una realidad, y la actividad humana es la mayor responsable del calentamiento global. Unas temperaturas más altas, como consecuencia del aumento de la concentración de gases de efecto invernadero, se traducen en mayor frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos en todo el planeta. Y nuestro país no es una excepción: el Mediterráneo es uno de los «puntos calientes» del cambio climático, ya que se está calentando por encima de la media del conjunto del planeta. Los veranos son más de un mes más largos en España ahora que en los años 80; las olas de calor se duplicaron en la pasada década con respecto a las anteriores, sin que ello nos permita estar exentos de olas de frío muy intensas, tal y como hemos comprobado este pasado invierno; y existen indicios de que en algunas zonas de nuestro país llueve menos días que antes, mientras que las lluvias más fuertes ganan en intensidad. Estamos, por lo tanto, ante un clima más extremo. Y somos vulnerables. Por lo tanto, la mejora de las predicciones meteorológicas cobra una especial relevancia para poder tomar las medidas oportunas con la mayor celeridad posible ante el pronóstico de un fenómeno meteorológico adverso.

Nules - Europa Press
Inundaciones en Castellón. | Europa Press

Además, no solo es importante avanzar en una predicciones meteorológicas más precisas: también se hace patente la necesidad de mejorar su comunicación, especialmente ante episodios de tiempo extremo o adverso. De nada sirve hacer un pronóstico certero de unas lluvias torrenciales o de un temporal de vientos huracanados si la información no llega de forma clara, precisa y con la suficiente antelación a las autoridades y público en general para que puedan tomarse las medidas oportunas. Es necesario, pues, acercar el lenguaje de la Ciencia a la ciudadanía, y concretando un poco más, sería un buen momento para reflexionar en profundidad acerca del Plan Nacional de Predicción y Vigilancia de Fenómenos Meteorológicos Adversos (Meteoalerta), en vigor desde 2006 con actualizaciones periódicas, y los beneficios que se obtendrían si su enfoque estuviese mayoritariamente orientado a impactos en lugar de a umbrales climatológicos, como actualmente. Quizás se entendería mejor, por ejemplo, frases como «no cojas el coche salvo si es estrictamente necesario porque las carreteras pueden quedar intransitables por la nieve» que «se espera una acumulación de 20 centímetros de nieve en 24 horas». Ello requeriría, sin duda, el entendimiento entre distintas instituciones y administraciones, pero redundaría muy probablemente en una comunicación más eficaz de los fenómenos meteorológicos adversos, como punta de lanza de la adaptación al cambio climático que debemos acometer como sociedad.


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