Contaba Juan Benet, el ingeniero que escribía novelas, que, respecto al Agua, las incertidumbres son muchas. Pero que el ingeniero tiene a mano cómo resolver con astucia las complicaciones que esa incertidumbre provoca en la planificación hidráulica, en el bien entendido de que, para él, gran conocedor de los recovecos hídricos, no era lo mismo hablar de hidrología que de hidráulica. Sí, para él, el Plan que redactó el gobierno socialista de 1933, redactado por Manuel Lorenzo y propiciado por Indalecio Prieto, no era un plan hidrológico en el estricto sentido de la palabra, sino un plan hidráulico. Ya que tras el reconocimiento del medio y el estado de las cosas sometidas a la hidrología, lo que se proponía era un conjunto de obras, mecanismos, conducciones y elementos hidráulicos. Es decir, un conjunto de obras adecuado, para que la ciudadanía tuviera acceso a un bien (el agua) que ya entonces se presentaba escaso. En este orden de cosas, Benet, consideraba que el desiderátum de todo plan hidrológico era poner a disposición de cada ciudadano la cantidad de agua necesaria para poder desarrollar sus funciones con normalidad y, con toda seguridad (pues aún no se había puesto de moda la obligación perentoria de incluir en cualquier discurso la palabra sostenibilidad), de manera sostenible.
Para el ingeniero, el punto de partida de sus formulaciones es obtener el dato objetivo a fin de que, de su análisis y mediante las formulaciones oportunas, poder proyectar la infraestructura por la cual ejecutar las obras correspondientes, de manera que, con esta aportación, siempre corrigiendo a la Naturaleza y de modo oportuno, lograr que la vida del ciudadano no sea una tragedia cotidiana. Un puente modifica el entorno, pero salva la circunstancia que complica la comunicación entre unos y otros, separados por el accidente geográfico. Vaya, la obra civil planteada razonablemente es la gran aliada de la sociedad para la ordenación global de su territorio. El dato para proyectar un puente viene dado por el peso de las cargas circulantes que han de transitar por él; en un puerto marítimo, la disposición de los diques, y su robustez, dependerán de la altura de las olas incidentes; en una carretera, el dato sería el número de vehículos circulantes. Un dato para cada problema. Acertar con él es imprescindible. Y con el agua, ¿qué sucede?
La cuestión del agua está sometida a la estadística, al conocimiento que se desprende del análisis de las series pluviométricas que permiten determinar los caudales circulantes. El agua, para Juan Benet, es muy variable en el corto plazo, semiconstante en el medio y firmemente constante en el largo plazo. Desde principios de los años 40 del pasado año se dispone una sólida información hidrológica a partir de series pluviométricas tomadas en estaciones de aforo estratégicamente situadas, lo cual permite determinar, en su consecuencia, el dato sobre el qué planificar. Las posibilidades de acertar con el dato o no, dependen de la calidad con que han sido recogidos los valores pluviométricos. Lo del plazo a estudiar justifica el anterior punto de vista de Benet: series anuales cortas, presentan gran variabilidad, mientras que del examen de series muy largas puede constatarse cierta regularidad en el periodo considerado. Es importante acertar en la elección de las series, pues la variabilidad de resultados posibles es muy alta.


En 1975, mi familia y yo, en Tinajas (Cuenca), durante el verano, tomando la dirección a Villalba del Rey, solíamos pasar el día en determinado paraje que, a modo de playa, nos ofrecía el pantano de Buendía, en el río Guadiela. Eso era hace más de 45 años. Hoy, de aquella playa no queda ni rastro, tal ha sido la disminución del volumen allí almacenado. El dato que sirvió de base para ejecutar el trasvase de agua desde el Tajo hasta el Segura, fue obtenido, según la normativa vigente, del estudio de una serie pluviométrica de no más de veinte años, anteriores a la fecha de iniciación del proyecto. Si a tal serie le agregáramos los años posteriores desde entonces hasta hoy, la cosa hubiera sido diferente, y el dimensionamiento de la sección del canal del acueducto hubiese sufrido un descenso importante sobre el dato ofrecido: 33m3/seg, para dar 1.000 Hm3/año de servicio. En la realidad, hoy, el trasvase de aguas máximo que llega a la cuenca del Segura, es de poco más de 300 Hm3/año, como media. Es un caso paradigmático del tamaño tan grande que ofrece la horquilla de resultados en la planificación hidrológica.
A vueltas con el embalse de Buendía, es importante aclarar (siempre con la objetividad necesaria para interpretar datos) que la situación de patente sequedad que presenta respecto a la de 1975, se debe a un periodo de lluvias radicalmente diferente al periodo anterior. Las aportaciones anuales al embalse (puede comprobarse en las informaciones oficiales) han disminuido considerablemente, de ahí que el nivel de las aguas, entonces, no ha podido igualarse. Las secuelas de la guerra del Yom Kippur, llevaron a las autoridades políticas, en materia energética, a echar mano de las centrales hidráulicas. Los desembalses adicionales producidos fueron simultáneos a los primeros envíos de agua del Tajo al Segura. La sensación producida, e interpretada por las gentes de Castilla-La Mancha, es que la sequedad actual de los pantanos es cosa del Trasvase Tajo-Segura. No es así, aunque es verdad que los embalses de la cabecera del Tajo tienen un usuario más, el Levante y eso tiene su influencia, sí, pero la justa. La imagen cuasi desértica que presentan Buendía y Entrepeñas tiene un responsable principal: la disminución de precipitaciones, producto de esa incapacidad supina del agua para mantenerse constante, no solo en el plazo largo, sino en el corto.