La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo.
A. Einstein
Hemos sacrificado los viejos dioses inmateriales, y ocupamos el templo con el dios Mercado.
M. Mújica
En momentos de crisis como éstos la frase de Einstein es un canto de confianza en las posibilidades «totales» del ser humano, entendido como un ser racional, homo faber, homo oeconomicus, pero también como homo fabulator, que sueña y construye explicaciones poéticas de mundo, y cómo todo ello debe conciliarse sabiamente, y no yuxtaponerse porque aquí sí que la suma es más que las partes. Hay que entrelazar los discursos del agua como H2O y del agua como memoria e imaginario social, de forma que podamos construir síntesis críticas, que ayuden a empoderar a los ciudadanos ante los retos y emergencias del agua.
Es imprescindible, pues, una revisión de la cultura del agua con ayuda de diversas perspectivas de estudio y paradigmas científicos. La cultura del agua debe entenderse como el conjunto de prácticas, imaginarios, artefactos y tecnologías que cada cultura ha generado, estableciendo el agua no solo como un recurso básico sino como una construcción cultural compleja, a caballo entre lo material y lo inmaterial, sus usos y sus significados, es decir, como una realidad que solo puede entenderse de forma holística.
Al contrario de la pretensión cientifista o tecnocrática de que el agua es ante todo una forma de materia, homogénea, igual en todas partes, y que carece de historia o de memoria, el agua es memoria cultural de una comunidad, en forma de tradiciones, simbologías e imaginarios sociales. Memoria que ha impregnado no solo el mundo de los mitos sino formas esenciales de las vidas de las comunidades, como los baños, los usos agrícolas o las propias representaciones del paisaje y su toponimia, creencias o cultos vinculados.
«El agua no es solo un recurso básico sino una construcción cultural compleja, a caballo entre lo material y lo inmaterial, una realidad que solo puede entenderse de forma holística»
Las ninfas y damas de agua de los cuentos y leyendas son genius loci, lo que hacen es castigar de algún modo a quienes “profanan” o ensucian el agua, esa es su “maldad”. Y hasta tal punto era biocéntrica esta sabiduría ancestral que aún percibimos sus ecos en las creencias chamánicas de pueblos antiguos. Los mismos griegos fabularon sobre el Más Allá como un prado lleno de agua, sol y yerba, donde las almas podían solazarse. Es decir, uno caía en el negro pozo de la muerte (como en el cuento de Grimm Frau Holle) pero podía amanecer en un prado luminoso, según la mitología indoeuropea.
Son, en efecto, los prados de asfódelos que describe Homero, en el que descansaban solo las almas de los elegidos. Los autores lo explican también como un espacio neutral -porque no es un cielo ni un infierno-, y las almas son sombras, sin la energía maléfica que atribuimos a los fantasmas y otros seres de la noche. Así que todo ello contrasta con la visión moralista de juicio y castigo, y con las distopías, los zombies y (bio)monstruos o superhéroes, como Aquaman, en fin, con toda la imaginación (pos)moderna alentada hoy por una ideología consumista y depredadora de la Naturaleza (que sigue encarnándola en monstruos, terremotos, desastres…) y que choca, como decimos, con esta visión “minimalista” de las más primitivas leyendas y mitos naturistas. Como lo es la que conecta a todos los seres de un mismo paraje (como el filme Avatar), y los vincula a lo que los griegos llamaban “Potnia Theron”, señora de las bestias, de lo salvaje (Artemisa/Diana), que es en efecto otra forma del genius loci, la representación del “alma del lugar”, pero lejos de la idea antropocéntrica del dominio, del Tarzán que acaudilla las fieras.
La civilización occidental ha recreado estas heterotopías clásicas en forma de spa, balnearios, playas y otros recintos de recreo, bajo modas cosméticas y de cuidado del cuerpo, convirtiendo en un fin lo que era un medio. El montañismo, por ejemplo, ya no es la subida a lo sagrado, como Moisés, sino una práctica turístico-deportiva, donde la meditación, la contemplación u otros valores tradicionales se han banalizado o frivolizado.
Es clave para una nueva sensibilidad del agua “reencantar” la percepción de la Naturaleza, reemprender el camino de Thoreau en Walden, aun con los problemas de hoy, que son infinitamente más graves que los del s.XIX
Banalizar o frivolizar la visión del medio ambiente es como beber el agua del Leteo, olvidar de donde venimos. Los mitos y leyendas de aguas nos hablan de todo ello, en forma simbólica, claro, y no son desde luego curiosidades o excentricidades de la imaginación. Nos hablan del “agua de la salud”, como el cuento de Grimm, correlacionando ambos conceptos, o de las singularidades de los paisajes kársticos en forma de leyendas de cuevas. Es algo que los geólogos han reconocido a través de la llamada mitogeología, pero que la mentalidad técnica predominante se resiente a reconocer en toda su amplitud cuando hablamos de cultura del agua.
Desde la antropología se habla de cómo ambos mundos, el del agua como H2O y el mundo de las creencias y de la cultura del agua pueden conciliarse y reencontrarse (Martínez Dueñas), y esto es esencial para despertar esta nueva sensibilidad. Cabe resaltar la insuficiencia de este modelo H2O cuando se olvida del agua como historicidad.
Así que podemos educar la mirada en estos Intangibles del Agua, de forma que se huya de los estereotipos y la truculencia aludida para promover más bien una visión integradora, que reconozca la diversidad de las culturas hídricas y la racionalidad crítica. Es lo que promueve la corriente de la ecocrítica: percibir la Naturaleza no solo como objeto sino como sujeto en diálogo con nosotros.
Por tanto, hemos de “resetear” nuestras percepciones y categorías, con ayuda de tendencias como la ecología animada, la ecología profunda o la ecología simbólica, la crítica al especismo, entre otras aportaciones relevantes.
Solo al amparo de estas nuevas mentalidades empezaremos a alumbrar una nueva sensibilidad que, por ejemplo, sea capaz de integrar los problemas de la gestión o del acceso al agua, con el mundo de los conflictos que estudia la ecología política, y a la vez, todo ello con las nuevas (y viejas) percepciones de lo (sobre)natural. Siguiendo la estela de Thoreau, se trata ahora, en una versión más desacralizada, de encontrar de nuevo el espíritu del lago, del espíritu del bosque, de los númenes del mar y de los ríos que se rebelan ante la insistente acción humana depredadora. En expresión de un chamán colombiano ante la desforestación; los genios de la naturaleza están “bravos” y solo podemos calmarlos “sembrando de agua” el bosque. Esto es, volviendo, con humildad y empatía (i.e. la experiencia de sentir el bosque, shinrin-yoku) a los orígenes. Para todo eso, a fin de cuentas, es para lo que debiéramos impulsar acciones tales como la descontaminación o el reciclaje, y no como un simple cálculo económico.