Pandemia, industria y tópicos en la España contemporánea - EL ÁGORA DIARIO

Pandemia, industria y tópicos en la España contemporánea

El abogado especialista en Derecho de empresas y Vicepresidente del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada, Jesús Sánchez Lambás, comparte con los lectores de El Ágora su visión de lo acontecido durante la pandemia y las claves para la recuperación económica


Jesús Sánchez Lambás Miembro de OSUR y Vicepresidente del Instituto Coordenadas


La generación que llegó a la mayoría de edad en los albores de la democracia afrontó la crisis financiera de 2008 confiada, “porque teníamos el sector financiero más sólido de Europa”, lo que nos sumió en el drama pavoroso de más de 5 millones de desempleados. Entonces mirábamos al Estado, entre angustiados y esperanzados, en una brumosa perspectiva de una pensión incierta. Después de una década de esfuerzos para recuperarnos, otro látigo de desasosiego golpea la precaria y recién estrenada estabilidad cuando, en un mercado chino donde aún se comercia con especies vivas, irrumpe una nueva enfermedad, aparentemente un nuevo tipo de gripe, cuyo agente patógeno resulta ser un nuevo tipo de coronavirus.

En sus inicios, la Covid-19 se viviría como algo lejano, incluso exótico, excepto porque los balbuceos de la OMS se tornaron en sí mismos motivos de inquietud y, más tarde, de atención, en la medida en que se multiplicaron las advertencias de este organismo sobre los riesgos de la epidemia.

«Tenemos a los mejores profesionales sanitarios, seguramente de los más generosos, sacrificados y competentes que han hecho del juramento hipocrático»

España tiene su encuentro inicial con esta realidad cuando se detectan los primeros casos positivos al SARS-CoV-2 en turistas alemanes en un hotel de Canarias, pero no es hasta que Italia recibe el primer azote de la enfermedad en Lombardía, que se confirma hasta para los espíritus más optimistas la peor de las opciones.

Nos recuerdan desde el Gobierno que tenemos posiblemente uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Y sí, tenemos a los mejores profesionales sanitarios, seguramente de los más generosos, sacrificados y competentes que han hecho del juramento hipocrático, del sentido del deber y de sus vocaciones, una religión. Disponían como protección en el apogeo de la pandemia, de bolsas de la basura y guantes de gasolinera. No es de extrañar, entonces, el número de contagiados entre los sanitarios (50.000), a pesar de los admirables -pero anecdóticos- esfuerzos de manos generosas y empresas altruistas que intentaron abastecerles con mascarillas de toda índole y condición. Benditos sean todos ellos y todos los que, más allá de su deber, contribuyeron al interés general, cuando el aparato del Estado titubeaba perplejo y desorientado con la mayoría de sus recursos humanos parapetados en el “teletrabajo”. O empresas públicas “esenciales” que en el momento de mayor necesidad, dejaron de distribuir paquetería a una sociedad confinada, a pesar del generoso negocio del “servicio postal universal”. Una vez más el mercado, y no el Estado, ha estado a la altura de las circunstancias con una logística y un abastecimiento modélicos.

os sanitarios de la Fundación Jiménez Díaz salen a despedir a un paciente dado de alta tras padecer el coronavirus, en Madrid. | José Ruiz / Europa Press

Descubrimos con dolor que ni la extraordinaria calidad de médicos, enfermeros ni resto del personal de salud pudo frenar la tragedia que, a estas alturas, deja posiblemente más de 40.000 muertos y episodios significativos y relevantes de eugenesia, discriminación por edad y otros extremos que confiamos conocer con precisión y en detalle algún día no lejano, como exigencia a la verdad por parte de una sociedad democrática.

Como protagonistas involuntarios de esta historia aún inconclusa, dejamos testimonio de miedo, desprotección, angustia y sufrimiento en una dimensión colectiva desconocida que se ha querido saldar y a la que se ha querido poner un estrambótico lazo final en unas declaraciones políticas seguidas de una formidable campaña publicitaria, señalando que “salimos más fuertes”, cuando aún son muchos los que ni salen, ni han superado una debilidad sistémica que afecta al tejido social y productivo, al que se le doblan literalmente las piernas por falta de ejercicio. Un escenario fantasmagórico e irreal que ha creado una realidad paralela: engarzo letras en la pantalla del procesador de texto, y  escucho al fondo un noticiero avisando que se “vislumbra una clara mejoría de nuestra economía pues los bares han abierto…”, mientras cientos de miles de trabajadores siguen sumidos en los ERTEs, o ya directamente forman parte de ese millón de parados -de momento-. La noticia tal vez sería que hemos logrado abrir primero los bares y después los centros de educación, o la Justicia, aletargada durante un largo trimestre -aunque como servicio público colapsado de vieja data, quizá ni se perciba-.

Si frente a la crisis financiera del 2008 falló el control, supervisión y gestión de las entidades, y la situación se llevó por delante a las financieras públicas -nuestras cajas de ahorro-, ahora frente a un problema de salud pública global en el cual contábamos con  los mejores sanitarios, demostramos que carecíamos, en cambio, de suficientes infraestructuras y de una industria de la salud capaz de abastecer necesidades básicas de semejantes magnitudes, con casi un cuarto de millón de personas contagiadas, según datos oficiales.

Pero este mal asunto es endémico y nos lleva a los mitos y tópicos de la generación de nuestros abuelos. A inicios del siglo XX, cuando Ortega polemiza con Unamuno sobre aquel disparate impropio de que, si los europeos inventan cosas “que inventen ellos”, reforzado en el Diálogo “el pórtico del tiempo” con la inquietante frase “inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones”. Una trifulca entre europeístas y africanistas o esencialistas, tratando de llevar don Joaquin Costa como ascua a su sardina y que don José, educado en la Alemania de la ingeniería y nacido sobre una linotipia -símbolo de la industria de la comunicación de su época-, plasmaría en 1933 en sus  “Meditaciones de la Técnica” y que demuestran que aquella generación del 14 daba una gran atención a los progresos científicos contemporáneos.

«Pretender un consenso político en torno a un plan industrial para el país es una utopía»

A pesar de todo, de un país dividido, empobrecido, transido por una contienda fratricida, vio crecer una cierta capacidad industrial especialmente en el país Vasco, en Cataluña, en Asturias, Levante, etcétera. Incluso la cuenca del Duero tuvo sus albores harineros y a su lado floreció una cierta banca industrial de la que ya sólo queda una mínima expresión muy singular, en Cataluña. La dura realidad es que la evolución de los sistemas educativos en España ha fomentado las “ciencias del espíritu”, las ciencias sociales frente aquellas otras sin adjetivar: las técnicas. Un éxito postrero de las doctrinas africanistas que hoy nos golpea con extraordinaria dureza. Pasamos, tras medio siglo de éxito y crecimiento económico, del “que inventen ellos”, a las doctrinas especulativas que en el ámbito financiero sostienen que la mejor política industrial es la que no existe (Gary Stanley Becker, 1985) que hoy se representa en un paupérrimo 16% de nuestro PIB en caída libre (en 1995 llegó a ser del casi 20%).

Si pretender un consenso político en torno a un plan industrial para el país es una utopía, en medio de un griterío atronador que ha caracterizado los casi 3 meses de estado de alarma,  la esperanza es escasa, cuando la perspectiva del pasado es que la contracción industrial no se produce en las crisis como, sobre todo, en los periodos de bonanza (del mismo modo que el ahorro sigue el mismo rumbo extraviado).

«Durante el confinamiento, la industria de las tecnologías de la comunicación ha sido el auténtico bálsamo»

No creo ni en el determinismo, ni en la idiosincrasia de “los pueblos y las tierras de España”. Tampoco aspiramos a un modelo industrial en pos de la autarquía de los años 40 del siglo pasado. Parece que el concepto de “nueva realidad/normalidad” (eufemismo rupturista de lo que no son más que normas temporales de restricción, ni nuevo y casi seguro bastante irreal, pero sobre todo, conductas anormales) no deja de ser una traición semiótica contra la globalización o, en el mejor de los casos, contra sus evidentes excesos. En el ámbito industrial es muy manifiesto: no ha existido una elemental previsión estratégica. El único objetivo ha sido minimizar costes de manera brutal. Frente a las conocidas críticas al mundo uniforme se alza el éxito de la industria de las tecnologías de la comunicación que ha sido el auténtico bálsamo, facilitando a las personas confinadas el acceso, no sólo al ocio, sino a las manifestaciones de la cultura,  a los instrumentos de transmisión del conocimiento y otras actividades docentes. Pero además, y primero que todo lo anterior, como herramienta y vehículo para comercio y el trabajo.

Somos una de las más relevantes industrias de la automoción europea, por citar solo un sector que me es querido. La movilidad atraviesa una compleja situación, desde su reconversión para adaptarse a las exigencias sociales de protección del medio ambiente a los nuevos usos sociales en torno a la smart city, el uso compartido, la irrupción y aplicación de las nuevas tecnologías, etc. Una industria que emplea en Europa a una población similar a la de toda España, exige una clase política con experiencia y capacidad para crear el marco adecuado para afrontar los retos que se atisban en el horizonte de toda la cadena de creación de valor: desde los diseños y fabricación hasta la distribución y posventa (no será lo mismo el mantenimiento de motorizaciones de combustión que el de vehículos eléctricos con muchísimas menos piezas, por ejemplo).

Para afrontar la pospandemia (un palabro, pero no peor que desescalada) hemos de elevar nuestra industrialización por encima del 20% del PIB. Frente a la algarabía política, el diálogo, el control y la colaboración. Frente a la inexperiencia, el conocimiento. Frente al desempleo, pobreza y endeudamiento, la industria y la creación de valor. Frente a la insuficiencia del sistema sanitario, más inversión, más colaboración público privada y mejores capacidades industriales. Frente al egoísmo, la responsabilidad social individual.

Mi paciente lector tendrá más y mejores propuestas para “salir de esta”. Siempre tuve gran fe en los estudios comparados: en el Norte de nuestra Europa hay ejemplos de los que aprender. Es poco creíble que la sociedad pueda soportar otro confinamiento que quiebre el sistema empresarial, pues en él nos va nuestro modelo de sociedad: nuestra cultura, nuestra educación y la vida de nuestros mayores, cuya protección debe ser el eje de cualquier política sanitaria pública, o eso creo, quizá porque esa generación que se hizo mayor en la Transición, empieza a tener un pie en la residencia, sin darse cuenta.

«Para afrontar la pospandemia hemos de elevar nuestra industrialización por encima del 20% del PIB»

La cultura, la industria y el comercio, solos y entrelazados, son tres pilares de la sociedad que hemos creado. Son parte esencial de nuestra naturaleza. En una perspectiva raciovitalista, además de nuestra biología, estas tres manifestaciones en realidad somos nosotros como colectivo. Cerrar cualquiera de ellos es mutilar la sociedad. Se podrán limitar temporal o mínimamente, pero no son prescindibles. Países como Suecia, que ha arrojado las peores cifras en la pandemia de los países escandinavos, ha logrado mantener razonablemente los tres pilares, con la mitad estadística de fallecimientos respecto de España, pero con una caída del PIB un tercio del nuestro. Y aún no se ha escrito el epílogo de esta tragedia.

No tengo ni la cabeza ni la juventud de Antonio Garrigues para creer que la utopía en torno a una industrialización de España -moderna, eficiente, sostenible-, en torno a las capacidades del país y tomando la protección del medio ambiente y la economía circular como ejes, sea algo realizable en ausencia del  imprescindible impulso público y dentro de las grandes líneas de acción de la UE. Seguiremos viendo empresarios iluminados por la pasión creadora, luchando por salir a flote entre la inquebrantable desconfianza social hacia el riesgo, la aventura y el eventual enriquecimiento, donde las convicciones religiosas genéticamente impresas alientan con al menos 500 años de prohibición de los intereses, y un aparato del Estado con la misma desconfianza que, o compite contra él pero sin riesgo, o le somete a insuperables obstáculos regulatorios, o le aplica el rodillo fiscal. Aunque la norma es que le caigan las tres plagas de forma simultánea.

‘Duelo a garrotazos’ o ‘La riña’ de Francisco de Goya. Museo del Prado.

Ese joven culto al que se refería Machado, el que tendría hipotermia severa en su torrente sanguíneo cuando tuviera conciencia de la esquizofrénica idea de las dos patrias, bien podría escribir al espíritu de don Miguel, mientras pasea (ya en Fase 3) por las veredas grancanarias de su dorado exilio de Artenara, donde visualizó la tempestad petrificada de las entrañas de la tierra que, en general, ha ganado. Seguimos enfrascados en identificar las esencias patrias de la morfología plenamente africana. No damos tregua ni al odio ni a la envidia. Hemos conseguido recuperar el comunismo que, al fin, se accidentó en 1989 y se creía extinguido, hoy reverdecido en medio de una pandemia desde el poder legítimamente ganado, don Miguel. Atroz, como la gripe del 17 que usted sufrió, esta tragedia se ha llevado por delante a muchos de nuestros mayores, a casi todos en medio de la sordidez y la soledad, y otros tantos (los grandes olvidados) salen con graves secuelas vitalicias.

Seguimos buscando nuestro mejor perfil para encajar en la imagen goyesca, garrote en mano. Pero quede tranquilo, don Miguel: conseguimos reducir la industria y vigilamos muy de cerca a los escasos y osados empresarios empeñados en esa cosa sospechosa de lo europeo que desde 1986 algo nos disciplina, incluso poniéndonos en la mano a no pocos países la misma moneda, el milagro del Euro, que nos trajo protección salvadora en 2008, y parece que ahora también. El joven machadiano se refugió en la ruralidad de la España vaciada, y el hermano listo, el que se quedó en el pueblo, lee atentamente la carta al prócer, y no sin preocupación  le explica al autor de la misiva que matando a la vaca y comiéndola se asegura el estómago lleno y caliente, pero quizá con un horizonte finito. Así que vuelve a sus cosas: optimizar el ordeño, mejorar la calidad del queso mientras composta biomasa para la autosuficiencia energética y rumia en voz baja que, con este hermano en el pueblo, lo mismo conviene irse fuera a poner la fábrica de lácteos ecológicos.


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