Parto de la premisa de que la sociedad actual, mayoritariamente urbanita, ha perdido las referencias sobre la importancia del agua, sobre su verdadero valor. Todo parece indicar que la comodidad o el confort de disponer de agua corriente, de calidad para beber, de forma continuada y sin interrupciones, nos impide apreciar el verdadero tesoro con que contamos en forma de servicio doméstico de alta calidad.
Quizá la razón se justifique en que nos acostumbramos a las cosas cotidianas y domésticas y no les damos importancia. Es como si nos hubiéramos acostumbrado a que esa agua para el suministro urbano estuviera “domesticada” y ya no forma parte de nuestros temores o preocupaciones, ni tampoco de las ocupaciones cotidianas como sería tener que ir a buscarla. Solo la consideramos para usarla. No obstante, esa agua ha sido “domada” durante décadas por los ingenieros y hoy es manejada por los operadores de los sistemas de distribución, donde trabajan muchos profesionales multidisciplinares y en cuya gestión se aplican muchas y diversas tecnologías diferentes.
«No le damos al agua el valor que merece. Y si es así con el agua de abastecimiento, no hace falta mencionar el olvido del valor del saneamiento»
Sin embargo, nos sigue impresionando el agua “salvaje”, sobre todo cuando observamos fenómenos extremos −cada vez más frecuentes por las alteraciones provocadas por el cambio climático− como las inundaciones.
Puede que sea un fenómeno cultural propio de la acción de domesticación. Nos impresiona y damos suma importancia al lobo, frente a la asiduidad del perro.
Pero lo que es cierto es que no le damos al agua el valor que se merece. Hasta tal punto que la propia ONU lo hace visible este año con el lema del Día Mundial del Agua 2021.
Y, si esto es así con el agua de abastecimiento, no hace falta mencionar el olvido del valor del saneamiento −recogida del agua a través del alcantarillado y el drenaje urbano y depuración de las aguas residuales− como servicio básico ciudadano complementario.
Para avalar mis percepciones, quiero compartir una anécdota real que me ocurrió con motivo del Día Mundial del Agua del año pasado.
Acabábamos de iniciar el estricto confinamiento domiciliario y en mi edificio los vecinos montamos una cadena de comunicación a través de una red social para transmitir mensajes de interés común. Agradecíamos diariamente a los trabajadores sanitarios su heroico esfuerzo mediante aplausos a la caída de la tarde.
Me pareció que era oportuno trasladar la celebración de la fecha, así que escribí el día anterior, día 21 de marzo, el siguiente mensaje:
“Mañana es el Día Mundial del Agua. Hay que recordar a todos los que están trabajando por asegurar y prestar estos Servicios Esenciales. Aplaudamos mañana a los trabajadores del sector del agua urbana. Agradezcamos su esfuerzo y responsabilidad”.
Recibí poco apoyo, alguna respuesta algo impertinente y comentarios minimizando esa esencialidad.
Casualmente, al día siguiente, domingo 22 de marzo, un vecino escribe a primera hora lo siguiente: “Hola vecinos, he notado que hoy hay mala presión de agua, fluctúa y hay poco flujo”.
Y se sumaron más voces de los pisos mas altos. Afortunadamente no era nada importante. Se había desconectado el grupo de presión de la propia comunidad, incidencia que puede pasar cada tres años. El empleado de la finca, con cierta sorna y desde su descanso dominical, recordó a quien había que dar el aviso y escribió: “precisamente hoy es el Día Mundial del Agua”.
Bromeando tuve que asegurar que yo no había saboteado el sistema para dar valor al agua, pero recordé que “no es por arte de magia que llegue y se vaya el agua”.
«Solo echamos de menos el agua cuando nos falta»
Es verdad que, gracias a la concienciación ciudadana y a la tecnología, hemos reducido el consumo doméstico desde los 169 litros por persona y día del año 2000, a los 128 litros actuales.
Los operadores españoles han mejorado las pérdidas (Agua No Registrada) desde el 32%, en el año 1990, al 23% actual, y se atiende al Derecho Humano al Agua y a la asequibilidad de los servicios. La actividad se orienta a las acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, a la economía circular y a la estrategia del Pacto Verde Europeo.
Pero la sociedad sigue sin dar valor al agua “domesticada”. El “esfuerzo económico” del consumidor español −que iguala condiciones de renta− se sitúa por debajo de la media europea (73%). Contradictoriamente, el precio del agua en España, país conocido por su estrés hídrico y sus condiciones de sequía, es de los más bajos de Europa, repercutiendo solo en el 0,9 % de los costes de nuestro gasto familiar.
Las autoridades dirigentes tampoco tienen presente el AGUA en la agenda de la POLÍTICA seria, es decir, aquella política que no está orientada al electoralismo o a la defensa de los intereses partidistas. Quizá, la pequeña repercusión económica del sector (0,6% del PIB,) contribuya. Quizá, el que dispongamos de buenos servicios y no haya demanda ciudadana y el problema sea de medio y largo plazo o para las siguientes generaciones, contribuya.
Venimos trasladando nuestra DECEPCIÓN por el escaso monto presupuestario de los Fondos de Recuperación europea asignado al agua. También por la falta de fomento de las colaboraciones público-privadas.
Decepción que ni siquiera se olvidará, aunque se incrementen sensiblemente; hecho del que hemos sido informados muy recientemente y que es de agradecer y resaltar.
Nuestros cálculos establecen unas necesidades de inversión sostenida de 2.500 millones de euros anuales, complementarios a la asignación actual, para ajustarnos a los objetivos técnicos (obra nueva y renovación) requeridos por Europa. Y son cifras consistentes con las que emplean nuestros homólogos europeos.
Todas las administraciones públicas intervienen y tienen responsabilidad. Todos los actores son necesarios. Recordemos el ODS 17 -Alianzas-.
¡Es tiempo de actuar! ¡El agua es fuente vida y demanda un futuro sostenible! ¡Demos al agua el valor que se merece!