La importancia estratégica de Groenlandia y su interés económico

La importancia estratégica de Groenlandia y su interés económico

El interés del presidente estadounidense Donald Trump por Groenlandia supone un movimiento geopolítico, económico y medioambiental a tener en cuenta por sus implicaciones de gran calado


Javier Santacruz Economista del Instituto Agrícola San Isidro


Como suele ser habitual, las declaraciones del presidente de los Estados Unidos Donald Trump no pasan inadvertidas. Pero uno de sus últimos pronunciamientos ha causado una enorme sorpresa: expresar su interés por comprar Groenlandia, actualmente territorio perteneciente políticamente a Dinamarca. Si bien la opinión pública se ha tomado esta idea a broma, no es conveniente menospreciarla por el significado geopolítico y, muy especialmente, medioambiental que tendría un movimiento de semejante calado.

No es la primera vez que Estados Unidos aborda esta idea. Tal como publicó hace unos días el periódico americano The Washington Post y recogiendo declaraciones del economista de cabecera de Trump Larry Kudlow, en el mandato del presidente Harry Truman se ofrecieron a Dinamarca 100 millones de dólares de la época por la compra de Groenlandia, la cual ya entonces se entendía como pieza básica del control del Ártico, tal como se demostró en los años cuarenta tanto durante como después de la II Guerra Mundial. Este hecho, además, sigue la tradición americana desde la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 de anexionar territorios mediante el método de compra, con ejemplos tan relevantes como Luisiana a Francia, Florida a España o Alaska a Rusia.

Precisamente, el modelo más parecido a lo que podría ser una hipotética compra de Groenlandia es Alaska, ya que reúne dos condiciones fundamentales que determinan su importancia geoestratégica: por un lado, su posición geográfica como la isla más grande del mundo en superficie (2,1 millones de kilómetros cuadrados) dentro de América del Norte, al noreste de Canadá y cubierta por hielo en un 75% de su superficie, siendo éste el punto del planeta con la distancia más corta entre los continentes europeo, asiático y americano; y, por otro lado, la existencia de recursos naturales clave en el momento actual como “tierras raras” (imprescindibles para la fabricación de los principales desarrollos tecnológicos) e hidrocarburo, contabilizando casi el 25% de las reservas conocidas hasta la fecha en el mundo.

En virtud de estas características, los países más cercanos al Océano Glaciar Ártico (Estados Unidos, Canadá, Dinamarca –actual titular del Groenlandia–, Noruega y Rusia) han convertido su control en una estrategia prioritaria de política exterior. El deshielo que se está produciendo en el Ártico está abriendo nuevas rutas navegables que pueden ser aprovechadas para diversificar las conexiones por mar y posicionar sus líneas de defensa. Es lo que está haciendo Rusia en los últimos años, tal como señaló recientemente el artículo “The Emerging Arctic” publicado por el Council on Foreign Relations, reforzando sus bases navales y en palabras del propio presidente Vladimir Putin, tomando la oportunidad de inaugurar nuevas rutas gracias a un acelerado deshielo, tal como muestra el gráfico siguiente.

Fuente: Council on Foreign Relations

Para Estados Unidos (y, evidentemente, para los países antes mencionados) el control de territorios singulares como Groenlandia es extraordinariamente relevante en plena búsqueda de nuevas rutas comerciales y lugares donde proveerse de materias primas agrícolas y minerales sin las cuales no será posible el desarrollo tecnológico de los próximos años. Al mismo tiempo, se gana el control del suministro de estos materiales, convirtiéndose en monopolistas como lo es, por ejemplo, China en la actualidad con respecto a las tierras raras (55% de las reservas mundiales están en el gigante asiático y con riesgo de que en un momento dado de recrudecimiento de la “guerra comercial” se pueda cortar el suministro).

En suma, lo que a simple vista puede parecer una excentricidad del presidente Trump, esconde un interés estratégico de fondo al cual ni Estados Unidos ni ninguno de los países del entorno ártico están dispuestos a dejar pasar. Groenlandia es mucho más que una isla cuya población apenas llega a 56.000 personas que arrastra décadas de disputas políticas con Copenhague. Es una de las “claves de bóveda” de una nueva geopolítica bilateral en un lugar del planeta en el que las grandes potencias buscan reforzar su poder ante lo que pueda pasar en años venideros.



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