Que me perdone el gran Oscar Wilde, pero vamos a aprovecharnos de su célebre frase que decía que la gente sabe el precio de todo y el valor de nada. Porque si bien es cierta para la vida, en general, debería hacernos reflexionar en torno a asuntos relacionados con el agua.
En efecto, el agua es fundamental para vivir. No sólo sirve para nutrirnos o lavarnos, sino que vale como antídoto frente a epidemias que nos acechan como el cambio climático o la despoblación de las zonas rurales.
Su valor, pues, resulta incalculable. Al igual que el de los cultivos que se riegan, de vital importancia para garantizar la alimentación de una población creciente y seriamente amenazada en determinadas zonas geográficas.
De hecho, el propio ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, afirmó en un acto organizado recientemente por FENACORE que el regadío es la joya de la corona del sistema agroalimentario español.
Pero además de constituir un garante de la alimentación, el regadío ayuda a vertebrar los territorios y a acelerar la recuperación de la economía y el empleo. Es más, este tipo de agricultura aporta más de la mitad (64%) de la Producción Final Agrícola española, es decir, 16.000 millones de euros al año.
Un valor, repito, incalculable, que se escapa a toda estadística de Excel. Y que todos deberíamos conocer y apreciar, ya sea cuando nos lavamos, nos duchamos o simplemente cuando nos sentamos frente a un plato de comida. Porque, hipérboles al margen, el agua es vida.
«El regadío español no únicamente resulta valioso, sino que es crucial para la recuperación de España»
Siguiendo con la frase de Oscar Wilde, en cuanto a precios se refiere, también deberíamos de saber que en España se recuperan el 80% de los costes financieros relacionados con el agua y cerca del 70% de los costes totales, lo que demuestra que se cumple sobradamente con la normativa europea. En este sentido, cabe destacar que una subida del precio del agua para uso agrario amenazaría la supervivencia de muchos cultivos, de los que a la postre nos alimentamos.
El regadío español no únicamente resulta valioso, sino que es crucial para la recuperación de España. Y debe seguir progresando, avanzando en el proceso de modernización del casi millón de hectáreas aún pendientes, pese a ya servir como ejemplo en buena parte del mundo.
Por ello, urge ejecutar las infraestructuras para garantizar el suministro, así como para producir energías renovables para autoconsumo, mediante unas obras que casan perfectamente con los objetivos marcados por las autoridades comunitarias para conceder los fondos europeos.
«Las medidas destinadas a atender a las demandas de agua apenas han recibido un 19% de la inversión prevista en los planes hidrológicos»
Plan de regadíos
En este contexto, el Ministerio de Agricultura debería aprobar cuanto antes un Plan de Regadíos que ayude a que los Presupuestos de la Unión Europea, los Presupuestos Generales del Estado y los de las comunidades autónomas incrementen las dotaciones para modernizar regadíos.
Sin embargo, las medidas destinadas a atender a las demandas de agua apenas han recibido un 19% de la inversión prevista en los planes hidrológicos, por lo que un porcentaje elevado de las obras de regulación y de infraestructuras hidráulicas de interés general aún no han podido ejecutarse, más allá de que se hayan recogido en los sucesivos planes hidrológicos.
Blindar los fondos de la PAC
Como el valor del agua es incalculable, habría que blindar los fondos asignados al regadío en la PAC, cuya reforma ha de ser escalonada y paulatina para permitir a los agricultores adaptar sus medios de producción al nuevo escenario y desahogarles de la asfixia económica que provoca la diferencia entre los precios de venta y los costes de producción.
Por otra parte, la aplicación de los futuros ecoesquemas debe ser lo suficientemente equilibrada para asegurar la viabilidad del sector y, con ello, evitar la despoblación de la España rural. Ya que, sin duda, va a suponer una nueva limitación de la producción y, por tanto, de los ingresos de los agricultores.
En resumidas cuentas, convendría elevar estos asuntos a una “cuestión de Estado” para que, en contra de lo que defendía Wilde, todos sepamos el valor del agua.