Valorar el papel del suelo será un factor clave contra la desertificación

Valorar el papel del suelo será un factor clave contra la desertificación

La desertificación es un proceso complejo y que nos afectará a todos, pero para hacer frente a este desafío vamos a necesitar algo más que legislación: los ciudadanos y sobre todo los propietarios de tierras, agricultores y silvicultores deberán conocer y valorar el papel del suelo como factor clave en la restauración


Eugenia Gimeno García Investigadora Doctora de la Universitat de València y Jefa del Departamento de Calidad Ambiental y Suelos del Centro de Investigación sobre la Desertificación (CIDE)


Cada 17 de junio celebramos el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía. Este año, con el lema de “Restauración. Tierras. Recuperación”, se pretende concienciar a la sociedad de la importancia de convertir las tierras degradadas en tierras sanas y difundir las diferentes iniciativas existentes para combatir este problema con implicaciones ambientales, económicas y sociales.

No es una tarea sencilla y  menos cuando en nuestra sociedad el problema no se percibe ni cercano ni inmediato. La desertificación es un proceso complejo que actúa a largo plazo y en el que inciden muchos factores interdependientes. La escasez de agua, el aumento de los periodos de sequía, o la reducción de la vegetación por sí solas no bastan para explicarla. Sus principales causas están relacionadas con nuestras actuaciones sobre el territorio, los cambios de uso del suelo, las variaciones climáticas y la sobreexplotación de los recursos naturales, que provocan la paulatina degradación de tierras.

Cuando oímos la palabra desertificación se nos representa una imagen de tierras secas, yermas, desprovistas de vegetación, de vida, y colmadas de hambruna. Y un continente, África, en el que como en otras regiones áridas, semiáridas y subhúmedas secas de nuestro planeta, gran parte de su economía y sistemas productivos se basan, principalmente, en el uso del suelo y del agua.

Lugares donde la tierra sana y fértil es, para muchos de sus habitantes, el único capital que poseen. Territorios donde un suelo sano proporciona el espacio físico adecuado para el desarrollo radicular y actúa como un almacén natural de agua y de nutrientes que cubre las necesidades de los cultivos. Espacios donde la extracción completa de los residuos de las cosechas para la obtención de forraje y combustible es una práctica frecuente que afecta negativamente a la fertilidad del suelo, a su capacidad de retención de agua y a la facilidad para su labranza.

Grandes extensiones de terreno donde las talas abusivas y los incendios forestales se producen con una frecuencia mayor de lo que el sistema puede soportar, dificultando su recuperación. Laderas en las que la erosión, causada por el viento y el agua, reduce la porción de suelo fértil. Explotaciones agrícolas y asentamientos humanos en los que la sobreexplotación de acuíferos genera el deterioro de la calidad del agua por intrusión marina y, consecuentemente, de degradación del suelo al emplear aguas de mala calidad para el regadío. Zonas donde la presencia de contaminantes en el suelo solo se considerará un problema real cuando tenga efectos directos en el rendimiento de las cosechas, o se acumulen en los alimentos a niveles tales que impidan su consumo. Lugares donde la degradación del suelo se traduce en una drástica reducción del medio de subsistencia y de las perspectivas de trabajo de la población en las zonas rurales. Las consecuencias de estos hechos son de sobra conocidas: abandono de tierras, pobreza, inseguridad alimentaria y ¿migración?

«No importa dónde vivamos. Las consecuencias de la desertificación nos afectan»

No importa dónde vivamos. Las consecuencias de la desertificación nos afectan. De hecho, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) ha estimado que, a nivel mundial, entre 1997 y 2011, se perdieron entre 5,5 y 10,5 billones de euros al año por la degradación de la tierra. El riesgo de desertificación también es una amenaza creciente en la Unión Europea (UE). Trece Estados miembros se han declarado partes afectadas en virtud de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), siendo especialmente grave en el sur de Portugal, diferentes zonas de España, el sur de Italia, el sureste de Grecia, Malta, Chipre y las zonas litorales del mar Negro en Bulgaria y Rumanía.

A pesar de ello, según señaló el Tribunal de Cuentas Europeo en 2018, no existe ninguna estrategia en la UE sobre desertificación y degradación de las tierras. Aunque hay varias estrategias, planes de acción y programas de gasto, como la política agrícola común, la Estrategia forestal, la Estrategia de adaptación al cambio climático, y la Estrategia de la UE sobre la biodiversidad de aquí a 2030, que, si bien son relevantes para luchar contra la desertificación, éstas no se centran específicamente en ella.

Por otro lado, en 2017, la UE y los Estados miembros se comprometieron a alcanzar una degradación neutra del suelo para 2030, en relación con el Objetivo 15 de Desarrollo Sostenible: “Gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras, detener la pérdida de biodiversidad”. Para ello, será necesario realizar una evaluación completa y periódica de la degradación del suelo a nivel europeo, acordar la metodología sobre cómo proceder, y disponer de una visión clara y compartida sobre cómo lograrla mediante la cooperación y coordinación transfronteriza.

El pasado mes de abril, el Parlamento Europeo, consciente de la importancia de frenar la degradación del suelo, y para contribuir a cumplir con los compromisos internacionales y de la UE en materia de neutralidad en la degradación de las tierras, publicó la Resolución sobre la protección del suelo para desarrollar una normativa coherente e integrada y un marco jurídico común, similar a las directivas que regulan otros recursos medioambientales vitales como el aire y el agua.

Pero para la “Restauración. Tierras. Recuperación” va a ser necesario algo más que legislación. Para el éxito de las diferentes iniciativas en materia de suelo, los ciudadanos, sobre todo los propietarios de tierras, agricultores y silvicultores como agentes principales más directos en la gestión del suelo, deben conocer y valorar el papel del suelo como factor clave en la restauración y recuperación de tierras, puesto que la mayoría de las situaciones expuestas anteriormente se desencadenan cuando se altera la harmonía ecológica del suelo. El suelo es uno de los ecosistemas más complejos y un recurso no renovable a la escala de tiempo humana.

Para la “Restauración. Tierras. Recuperación” va a ser necesario algo más que legislación. Debemos conocer y valorar el papel del suelo

El suelo alberga una extraordinaria diversidad de organismos que regulan y controlan procesos esenciales como su fertilidad, el ciclo de nutrientes y la regulación climática. El 95 % de los alimentos están producidos directa o indirectamente en nuestros suelos. No solo son el soporte para las actividades humanas y el crecimiento de la vegetación, sino que, además, los suelos desempeñan un importante papel en el ciclo hidrológico y en la depuración y la filtración del agua, con capacidad de retener y transformar compuestos adversos para la salud que pueden suponer un riesgo si se incorporan a la cadena alimentaria. Por tanto, contribuyen al suministro de agua de calidad para gran parte de la población.

Los suelos también son fuente de materias primas, actúan como medio de reserva genética, de recursos farmacéuticos, y como medio protector de la herencia cultural, tanto de restos arqueológicos como paleontológicos que ayudan a entender la historia del planeta y de los seres humanos. La variedad cromática de los suelos aporta un valor estético a nuestros paisajes. Los suelos son el mayor sumidero terrestre de carbono. Una gestión sostenible del suelo favorece la captura y almacenamiento de gases de efecto invernadero, de modo que contribuyen a la mitigación del cambio climático.

Además, mediante la aplicación de medidas y prácticas sostenibles de su gestión se asegura la producción de alimentos, la seguridad alimentaria y el suministro de agua y, al mismo tiempo, se contribuye a disminuir el riesgo de desertificación. Estas medidas se basan en el laboreo de conservación, la rotación de cultivos, la agricultura orgánica y de precisión, la mejora de las propiedades de los suelos mediante la adición de enmiendas orgánicas o la aplicación equilibrada de fertilizantes químicos, la conservación de los humedales, evitar la transformación y degradación de ecosistemas forestales.

«Unos suelos sanos son esenciales para luchar contra la desertificación»

Así pues, unos suelos sanos son esenciales para luchar contra la desertificación y, además, contribuyen a alcanzar los objetivos del Pacto Verde Europeo, la neutralidad climática en 2050, la restauración de la biodiversidad, el ambicioso objetivo de una contaminación cero para un entorno libre de sustancias tóxicas en el agua, el aire y en el propio suelo, para una producción de alimentos sostenible en la aplicación de la estrategia «de la granja a la mesa», y un medio ambiente resiliente. Las interacciones entre estas temáticas son tan complejas que para su estudio y aporte de soluciones se requiere de un enfoque sistemático, a diferentes escalas y con la participación de diferentes disciplinas científicas que, mediante la investigación y la innovación, propongan medidas más eficaces para el control de la degradación del suelo y la mitigación de la desertificación.

Además, es necesaria la adopción de medidas, por parte de los interlocutores sociales, la comunidad investigadora, los ciudadanos y las empresas, que requieren una estructura de gobernanza coherente y una planificación a largo plazo, para evitar la toma de decisiones y de actuaciones fragmentadas y descoordinadas. Es fundamental apoyar las iniciativas que mejoren la sensibilización y la comprensión de la opinión pública acerca de los beneficios que ofrece un suelo sano, de la importancia de su protección y adecuada gestión como base para luchar contra la desertificación, y también su relación con la salud pública y la sostenibilidad medioambiental.

Sin duda, la imbricación de diferentes sectores (económicos, políticos, científicos, educativos) y la colaboración de la sociedad civil, así como la cooperación entre los científicos y los actores sociales favorecerá la aplicación de soluciones basadas en la naturaleza, incluida la protección del suelo, la producción sostenible de alimentos, el fomento de la agroecología, de la economía circular, y un largo etcétera, para mitigar la desertificación. No importa donde vivamos, importa lo que hacemos.



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