El activismo ambiental se ha convertido en una tendencia al alza entre jóvenes de todo el mundo, movilizados por causas como el cambio climático. Un exponente destacado de esta generación comprometida con el medio ambiente es el joven español Alejandro Quecedo del Val, quien publica el ensayo Gritar lo que está callado (De Conatus, 2021). Escrito con apenas 19 años, es un texto notable de reflexión filosófica y moral sobre la relación entre el medio ambiente y la sociedad.
Sorprende la extraordinaria madurez con la que está escrita la obra. Quecedo transmite pasión juvenil, pero esta se ve acompañada de argumentos, datos y y reflexión y de una amplia visión de los retos ambientales, sociales y económicos a los que se enfrenta la sociedad del siglo XXI. Muestra además voluntad de estilo. Entremezcla descripciones y estampas de la naturaleza donde la reflexión filosófica y lírica alcanzan un notable tono que nunca cae en la moralina ni el lirismo vacuo de algunas obras de activismo ambiental.
Lo primero que hace Quecedo en la obra es es definir el problema, que él llama crisis ecosocial. Porque no nos enfrentamos a desafíos concretos y destacados, como el cambio climático, sino a una suma de presiones donde el clima es solo una parte.
Tenemos pérdida de especies; destrucción de terrenos silvestres; agotamiento de recursos; contaminación; crecimiento desmesurado de ciudades no diseñadas a la medida humana; alejamiento de la naturaleza y, sobre todo ello, un deterioro del espíritu o la conciencia de nosotros mismos. No saber qué somos y cuál es nuestro lugar en el mundo, explica Quecedo, es la base de mucho de lo que nos ocurre.
Y conocido el problema, el autor plantea soluciones. Y es una que él define como batalla cultural, una verdadera transformación social e individual que nos haga ver la emergencia en la que vivimos por la destrucción de recursos naturales y nos lleve a un cambio de conciencia para poner en marcha la transformación necesaria.
Hablamos con él por teléfono, en París, donde estudia Humanidades, Políticas y Sociología en la universidad de Sciences Po. Y sorprende ver la fluidez y claridad de pensamiento con la que se expresa un muchacho de 19 años que está cursando su primer año de Universidad.
PREGUNTA.- ¿Qué es lo que está callado y por qué hay que gritarlo?
RESPUESTA.- El libro surge como como reacción a la frustración que sentí justo después de acudir en 2019 a la primera asamblea de Naciones Unidas para jóvenes y cambio climático en representación de la junta española de SEO/BirdLife.
Íbamos allí con la esperanza de que fuera un punto de inflexión y aportar nuestras ideas y nos encontramos con un teatro climático que es el que describo en el libro. Regresé con la sensación compartida con otros compañeros de que pese a todo lo hablado, y todos los datos manejados durante años, no se aplican las respuestas necesarias.
Llevamos con estas narrativas mucho tiempo y los resultados han sido bastante decepcionantes; y yo mismo había contribuido al cambio climático volando hasta Nueva York para asistir a una reunión donde no se decidió nada relevante.
Tuve claro que había que hacer cosas significativas y se me ocurrió que podía hacer llegar a la sociedad cosas que había visto, las cosas que están silenciadas o calladas… tenía que contarlo. Y lo que está callado no es solo el proceso de cómo se celebran las cumbres del clima o la génesis del cambio climático.
Hay muchos más temas, una suma de problemas ambientales y sociales. Estamos devastando ecosistemas y las bases de nuestra propia existencia. Y necesitamos un cambio cultural. Hay que decirlo alto y claro, gritar para despertar las conciencias
P.- Tu libro arranca con una reflexión sobre el tiempo, sobre el temor a lo efímero y nuestra necesidad de dejar huella. Pero esa huella se ha hecho muy profunda. ¿Qué podemos hacer? ¿Nos extinguimos o apostamos por otra forma de estar en el mundo?
R.- Cuando nos llega la ambición de dejar huella y trascender más allá de nuestras capacidades y crear una relación de dominación sobre la tierra es cuando comienza el problema. No es posible solucionar la crisis ecosocial si antes no reconstruimos nuestra condición cultural.
Tenemos que poner en marcha un cambio cultural, un golpe de inflexión histórico, una batalla cultural. Porque el verdadero comienzo de la crisis ecosocial es cuando nos desarraigamos de la naturaleza. Si no sentimos lo que está siendo destruido no podemos salvarlo.
Tengo fe en que si conseguimos ganar esta batalla cultural será posible seguir viviendo en este planeta de una forma mucho más respetuosa con el medio ambiente y hacia nuestra propia conciencia humana.
«Yo mismo había contribuido al cambio climático volando hasta Nueva York para asistir a una reunión donde no se decidió nada relevante»
P.- Hablas de la importancia de reconectar con la naturaleza, pero nuestra sociedad es cada vez más urbana y tecnológica y pasamos horas ante las pantallas. ¿Cómo salir fuera y alejarnos de ese mundo virtual?
R.- Efectivamente, se está acelerando una dinámica nueva alimentada por las tecnologías que es algo así como una catástrofe cognitiva. Ya hay muchísimos estudios que están señalando que estar conectado 24 horas al día, tener los móviles como apéndices de nuestro cuerpo, merma la capacidad de abstracción humana y nuestra capacidad imaginativa. Incluso la capacidad de concentración está disminuyendo. Algunos estudios dicen que nuestra capacidad de concentración son siete segundos, es decir, una red social tiene siete segundos para captar tu atención antes de que pases a la siguiente fotografía.
Estamos sometidos a un bombardeo visual. Y detrás hay inteligencias artificiales controlando todo. Cognitivamente estamos en un momento realmente tenso. Nuestra capacidad imaginativa y de pensamiento crítico está siendo mermada por los estímulos tecnológicos hasta el punto de que nos estamos aislando en nosotros mismos y creando comunidades sin comunicación.
Por eso, necesitamos reconectar con la naturaleza y, ahí, hay dos grandes beneficios. El primero es que reconectar con la naturaleza tiene que ser la puerta de entrada para poder hablar de la crisis ecosocial. Sintiendo de nuevo el planeta podremos preocuparnos por él y podremos plantear también esta lucha por salvar el planeta y salvarnos a nosotros mismos a la vez.
Pero, a su vez, también, el caminar con el planeta, el reconectar con la naturaleza, nos permite vivir un contexto sin estímulos tecnológicos, sin estímulos consumistas, sin estímulos que modifican nuestra forma de ser. Necesitamos un momento para estar con nosotros mismos, con el silencio, con los sonidos del bosque, un momento para reflexionar.
¿Cómo hacerlo? A mí me parece que es tan sencillo como empezar a caminar por la naturaleza, por nuestros ríos y montañas. La naturaleza, como patria común que es de toda la humanidad, tiene un sentir común y nosotros estamos capacitados para poder sentirla.


P.- Del mismo modo que se ha hablado siempre del concepto de biofilia, la tendencia innata del ser humano a amar lo vivo, también está surgiendo una especie de biofobia, de personas a las que lo natural les asusta o les repele, ¿cuál es tu opinión?
R.- Es una tendencia que estamos viendo desde hace siglos, desde que empiezan las grandes urbanizaciones. El urbanismo desmesurado que vemos en las grandes capitales es un intento por aislarse de la naturaleza.
Se está creando una ficción, en la que vive mucha gente, de que podemos vivir sin la naturaleza, fuera de la naturaleza. Pero de una forma u otra sigues siendo dependiente de ella porque no hemos conseguido crear algo sintético que nos permita prescindir de ella.
Además, se está llevando a cabo una reducción de la naturaleza a producto de consumo, como ocurre en muchos documentales, que muestran simplemente el espectáculo visual de la violencia, la velocidad, la brutalidad de la sabana, pero no los procesos naturales que son mucho más sutiles. Hay que trabajar desde la literatura, desde la sociología, desde la filosofía, para crear una nueva sensibilidad. Y una parte es evitar que la naturaleza se convierta en producto que se puede consumir.
P.- Es curioso, pero quizá el lenguaje también nos separa. Se ha puesto de moda hablar de medio ambiente, sostenibilidad, biodiversidad o economía circular, palabras abstractas, en lugar de hablar de planta, animal, naturaleza, campo… términos que nos apelan mucho más. ¿No crees que las palabras nos están alejando de la realidad?
R.- Es un problema lingüístico, que se enmarca dentro de un problema cultural, que es para mí la raíz de todo, el punto de partida de la encrucijada de esta crisis ecosocial. Es una forma deliberada de hacer creer que la crisis no es tan urgente, de invisibilizar la catástrofe. Por eso al principio hablábamos de calentamiento global y luego ya de cambio climático. Ahora ya es crisis climática, y espero que mañana se diga crisis ecológica y que dentro de poco podamos hablar de crisis ecosocial.
Si analizamos todos estos discursos, veremos que el lenguaje se emplea de tal forma que desarticula el pensamiento crítico y desarticula que podamos concebir una imagen de la realidad acorde a lo que estamos viviendo.
Una vez que hemos dejado de sentir la naturaleza, hemos creado esta ficción en la que pensamos que podemos vivir sin naturaleza. El tema del lenguaje tiene una parte clara relacionada con el desarraigo que estamos experimentando como individuos y, por otra parte, está claro que hay un uso deliberado de lenguaje para no tener que afrontar la totalidad de la crisis ecosocial.
P.- Hablando de palabras, hay una palabra que empleas a menudo en tu libro y es desmesura ¿Cuáles son las desmesuras que estamos cometiendo?
R.- Las desmesuras son en todos los sentidos. Cuando pensamos en la cantidad de especies que estamos perdiendo cada día, por ejemplo. Desmesurada es también la cantidad de recursos que necesitamos para nuestra sociedad. Desmesuradamente pequeñas son las medidas y soluciones que estamos planteando, tan insignificantes ante una crisis tan significativa. Desmesura es cómo estamos reaccionando y desmesura es cómo hemos generado la crisis que sufrimos.
«Abordar el problema de la crisis ecológica no es algo que no debería estar restringido a la izquierda»
P.- Siempre se ha asociado el movimiento ecologista a la izquierda. De hecho, hay un viejo chascarrillo que afirma que el ecologismo es verde por fuera y rojo por dentro, como las sandías. ¿Crees que tiene que ser así o que esto debe ser algo transversal?
R.- Que el ecologismo siempre ha estado ligado a la izquierda es un análisis político bastante tradicional. Sin embargo, yo creo que tiene que ser transversal, porque estamos hablando de un problema colectivo que necesitamos que tenga soluciones colectivas; y si no tenemos a toda la sociedad unida va a ser muy difícil llegar a nada.
Es cierto que el ecologismo cala más en los sectores de izquierda y sobre todo el ecologismo actual si tenemos en cuenta que el sistema neoliberal, el sistema capitalista, ha estado en las últimas décadas destruyendo la naturaleza.
Si unimos dos factores como crisis ecológica y capitalismo, la izquierda encuentra un discurso muy atractivo porque puede renovar una narrativa que había ido perdiendo fuelle en los últimos años. La crítica tradicional del movimiento obrero contra el sistema no estaba funcionando ya porque el sistema de bienestar había conseguido aumentar la calidad de vida de buena parte de la población. Surge así un discurso que está regenerando el ámbito de la izquierda. Es un discurso que a nivel teórico está calando mucho y también a título práctico, como podemos ver con el auge del Partido Verde en Alemania.
Ahora bien, abordar el problema de la crisis ecológica no es algo que debería estar restringido a la izquierda y, de hecho, sería interesante que no fuera así. Creo que hay muchas perspectivas que pueden ayudar a generar esa sensibilidad por el medio ambiente.
Es cierto que hay más volumen de crítica en la izquierda, pero no tenemos que dejar fuera a otros elementos que están contribuyendo también a la lucha climática desde otros sectores ideológicos, religiosos o sociales y que debemos conseguir involucrar.
«No nos concebimos de otra forma que a través del consumo y además es un cosa que está siendo más profunda y cruenta a medida que pasa el tiempo»
P.- De hecho, muchas veces la conservación de la naturaleza es conservadora. El origen de algunos movimientos conservacionistas en el siglo XIX en EEUU o Gran Bretaña son personas que quieren conservar el paisaje, el terruño, las tradiciones locales. También hay una tradición de misticismo y religiosidad en la conservación, desde el trascendentalismo americano de Emerson y Thoreau a movimientos actuales de índole espiritual o confesional. ¿Qué opinas de ello?
R.– En el siglo XIX hubo élites conservadoras que pusieron por delante argumentos ecologistas ante los primeros efectos de la industrialización en el paisaje.
Desde el Romanticismo siempre se había tratado a la naturaleza como lo sublime, lo indomable, algo superior a las capacidades humanas. Pero con la industrialización se ve que el humano está dominando a lo sublime. Con la Revolución Industrial parece que los seres humanos podemos subyugar a la naturaleza. De repente, la aristocracia del XIX siente la necesidad de hacer turismo natural y acercarse a las montañas, o protegerlas. Es la búsqueda de lo sublime perdido.
En relación a Emerson o Thoreau, que mencionabas, aquellos intelectuales ven la naturaleza no sólo como un altar a Dios sino también como una forma de rezar. Thoreau cuando se marcha a Walden y escribe ese libro que ha inspirado a tantos ecologistas, deja claro que la naturaleza no tiene para él un valor como tal, sino como la absoluta forma de estar en contacto con lo divino y tener una existencia ideal.
Durante mi participación en las reuniones de ONU y de la Unesco sobre clima me sorprendió muchísimo que algunos de los activista más comprometidos fueran de asociaciones católicas, que actúan sobre la base de que, si Dios creó el mundo tal y como es, la Humanidad no tiene derecho a destruir esa obra divina. Lo que está claro es que la naturaleza, como origen y patria común de todos los humanos, afecta a todas las perspectivas humanas. Y, efectivamente, la conservación de la naturaleza puede ser conservadora, aunque no tiene por qué.
«Están sumergiéndonos en un lugar donde hay una ilusión de vida, la realidad paralela que han diseñado desde Silicon Valley»
P.- Pareciera que estamos enfermos de materialismo, que los objetos nos están alejando de nosotros mismos y de lo que nos rodea
R.- Hay una frase que se atribuye a Margaret Thatcher que cito de memoria aproximadamente: “La economía es el medio, el objetivo es ganar el alma”. Da igual la veracidad de la cita; lo que importa es que la aseveración tiene mucho sentido. Es cierto, el consumismo no es que haya ganado una batalla económica, sino que ha ganado una batalla cultural.
Nuestra soberanía espiritual y emocional está tomada por un algoritmo que decide lo que nos va a salir en redes sociales y todo ello conduce a señalarlos qué comer, qué vestir, qué hacer… no nos concebimos de otra forma que a través del consumo y además es un cosa que está siendo más profunda y cruenta a medida que pasa el tiempo.
El Metaverso de Facebook nos está proponiendo que dediquemos parte de nuestra vida a su existencia. Están sumergiéndonos en un lugar donde hay una ilusión de vida. No tendríamos poder de decisión, pero estaríamos sometidos a todas las influencias de esa realidad paralela que han diseñado desde Silicon Valley.
Aún estamos a tiempo de revertir y conseguir una emancipación de esta esclavitud tecnológica que llega a ser casi una condición médica. Y no hay mejor medicina que la naturaleza. Estamos a tiempo de caminar de vuelta al planeta y poder relacionarnos con la tecnología de una manera mucho más sana, porque tiene un potencial de generación de conocimiento y creación brutal que está siendo desplazada por una interpretación que nos daña como individuos.
P.- Por cierto… sucede que en cierto sentido mucha gente está preocupada por el medio ambiente, sí, pero no cambiamos de estilo de vida. Hacemos y compramos cosas, vamos a sitios, usamos objetos que agotan recursos… ¿Cómo se sincroniza esto con esta idea de una juventud concienciada con el clima? Muchos lo están, pero salen a manifestarse a favor del medio ambiente con su móvil de última generación en la mano. ¿Cómo has vivido esto desde dentro?
R.- Esa es la clave, La pregunta esencial de libro es que, sabiendo todo lo que sabemos, teniendo la ciencia que tenemos, teniendo la tecnología que tenemos… ¿Por qué no reaccionamos, por qué no actuamos? Es la gran paradoja: que ante la crisis ecosocial en la que estamos metidos nuestras respuestas sean tan pequeñas. En otras épocas, por crisis más pequeñas, ha habido grandes cambios y revoluciones en la humanidad y sin embargo ahora no hemos visto nada de eso ante la crisis ecosocial,
La gente comprende y asume que hay un problema muy serio que es la crisis ecosocial, pero seguimos viviendo de la forma que vivimos. Es la dicotomía, una cosas es el saber y el tener el conocimiento y otra es actuar.
Alejandro Quecedo del Val nació en Briviesca (Burgos) en 2002. Su amor por la naturaleza empezó con la observación de las aves, influenciado por los campamentos de la organización ecologista WWF en las Hoces del Río Riaza, parque natural de Segovia, donde acudió con 12 años.
El avistamiento de pájaros y ver cómo tu tierra natal sufre al mismo tiempo el despoblamiento de zonas rurales y la proliferación de proyectos industriales que afectan a la naturaleza despertaron su conciencia ecosocial.
Su andadura como activista comenzó en la Junta Juvenil de SEO/BirdLife, que presidió en 2017. A partir de ahí ha sido representante de España en diversas cumbres climáticas, entre las que destacan la primera cumbre de juventud y clima de la ONU, la COP25 celebrada en Madrid y el foro Youth4Climate, celebrado en Milán.
Fue redactor y presentador de la Declaración Mundial de Juventud y Acción Climática y actualmente colabora con Unesco en el desarrollo de YoU-CAN, la red mundial de jóvenes por la acción climática.
Ha cursado bachillerato internacional en Noruega, becado por la organización internacional United World College. También ha recibido la beca Yale Young Scholars. Actualmente estudia Humanidades, Políticas y Sociología en la universidad francesa de Sciences Po.
