"Las grandes ciudades son una inmensa salvajada"

«Las grandes ciudades son una inmensa salvajada»

Antonio Gamoneda

Poeta

El ganador del Premio Cervantes en 2006 y ya mítico poeta español, Antonio Gamoneda, habla a sus 90 años con ‘El Ágora’ sobre escritura, salud, naturaleza y el empuje de una nueva generación de poetas a los que recomienda que “lean todo”


David Benedicte
Madrid | 13 agosto, 2021

Tiempo de lectura: 8 min



Cuando Antonio Gamoneda (Oviedo, Asturias; 1931) ajusta el espejo retrovisor de su memoria, le salen libros autobiográficos tan indispensables como Un armario lleno de sombra y La pobreza, publicados ambos por la editorial Galaxia Gutenberg y totalmente necesarios para comprender España y lo que sucedió en ella durante buena parte del siglo XX. Y esto por no hablar de su poesía, la misma que le ayudó a ganar el Premio Cervantes y el Premio Reina Sofía de la Poesía Iberoamericana en aquel 2006 de grato recuerdo que se convirtió en un año clave en su vida y para su obra.

Al otro lado del teléfono, hora convenida, justo después del desayuno. Surge su voz grave, tajante, ronca y dispuesta a poner todos los puntos sobre las íes que sean necesarios a lo largo y ancho de una entrevista en la que, a sus 90 años, vuelve a dejar dos cosas claras. Una. Que su lucidez mental se mantiene a salvo de cualquier amenaza externa. Y dos. Que su pasión por la verdadera poesía aumenta, sin desfallecer, con el paso de las décadas. Conviene prestarle mucha atención. No en vano su voz es la voz de la experiencia.

PREGUNTA.- ¿Cómo sobrelleva la pandemia?

RESPUESTA.- He estado sometido a un claustro, o a un confinamiento como dicen impropiamente, desde el 28 de febrero del año 20. Yo realmente salí 15 días a un monte salvaje asturiano. Aparte de esa breve salida, el mío ha sido un encierro prácticamente carcelario. Sin embargo, lo he llevado bastante bien. Sin sensación de enclaustramiento. Me he dedicado a trabajar furiosamente entre 12 y 14 horas diarias. Y eso ha ocupado el lugar que hubiera ocupado la situación depresiva que supone todo encierro. Lo he pasado bien. Aunque con conciencia de las penalidades que tantísimas personas están atravesando. Pero en lo que concierne a mí situación individual, insisto, he estado bastante bien.

«Hay algo simbólico que es un pequeño jardín en casa que algo consuela»

P.- ¿Qué tal se encuentra de salud?

R.- Bien. Salvo las secuelas de un viejo accidente. Tengo alguna dificultad muy antigua respiratoria, pero la voy sobrellevando. Me encuentro bastante bien. Si no me encontrase bien sería difícil haber trabajado con la intensidad y la cantidad con que lo he hecho este tiempo.

P.- ¿Sigue fumando?

R.- Sí. No mucho al día. Fumo tabaco de liar. Unos ocho o diez pitillos muy finos que me lio o que me lían. No me excedo. No puedo de ninguna manera decir que el tabaco es sanitariamente bueno. Ni que no crea adicción. No se trata de eso. Pero el tabaco sí tiene alguna virtud que no voy a ocultar. El tabaco ayuda, consuela. Se fuma con un gesto que es plenamente natural. Es el gesto del niño en el pecho de la madre y a esta simpleza de los órganos sensibles que succionan está asociada a una especie de bienestar. Yo no soy un vicioso del tabaco por la nicotina ni la adicción química. Lo necesito para tranquilizarme y para trabajar, sobre todo. Necesito tener el pitillo cerca para trabajar. El tabaco es malo, ciertamente, pero tiene alguna no tan pequeña renta positiva y esa es la que me proporciono sin ser fumador constante. A mis años, no voy a modificar esta situación.

P.- ¿Cuánto humo hay en su poesía?

R.- Mucho. No recuerdo si he escrito sin fumar. Son muchos años de tabaco y escritura. Siempre está asociado a mi escritura el pitillo cercano y la posibilidad de ponerlo entre los labios.

P.- ¿Y cuánto paisaje, cuánta naturaleza está asociada a su vida?

R.-Esta larguísima temporada de un año y cuatro meses, poquito. Salvo mis 15 días de naturaleza muy entera y primitiva. Ese monte al que fui en agosto el año pasado y al que volveré este mes, ha sido y es fundamental. Yo me encuentro allí con cervatillos, con ardillas, con tejones. Luego están los pinos, los eucaliptos. Esa naturaleza me viene muy bien. Y este tiempo mi consumo de naturaleza se ha reducido a eso. Hay algo simbólico que es un pequeño jardín en casa que algo consuela. Las hojas de un lauroceraso llegan a mi ventana.

P.- Se habla bastante de la España vaciada, ¿qué tiene usted que añadir?

R.- Eso es un error histórico tremendo. Porque con independencia de la despoblación, las personas dejan el espacio vital con el que han coincidido al nacer y que  ha configurado buena parte de nuestra manera de ser y entender. Saltan a la grandísima ciudad y se produce una especie de extrañamiento, de violencia implícita en esa acomodación de gente que, teniendo raíces campesinas, tiene que acomodarse a otra realidad. Y lo hace a veces con gusto, pero con error. Las grandes ciudades son una inmensa salvajada. Este despoblamiento, con independencia de lo que puede dañar a la naturaleza y a la producción agraria, crea una situación ingratamente híbrida. En la gran ciudad se siente constantemente el desequilibrio natural y la irrealidad existencial se agudiza.

«El retorno a lo rural es un síntoma de nostalgia cierta de la manera de vivir, de estar en la vida que supone el pueblo»

P.- Aunque sea complicado, ¿hay alguna manera de volver a rellenarla?

R.- Hay algunos síntomas. Hay esa voluntad que apareció hace tiempo en pequeños grupos de jóvenes que buscan el retorno. Eso no va a restablecer la situación. Pero es un síntoma de cierta nostalgia de la manera de vivir, de estar en la vida que supone el pueblo. Estos síntomas son buenos. Pero, para que se produzca el retorno, tienen que ocurrir otras cosas muy grandes y muy fuertes. Vamos a ver. Imaginemos una zona agraria, en España, de la que la gente se ha ido y se ha ido por esa atracción errónea que produce la gran ciudad y también porque los cultivos han pasado a ser de otra manera.

Hay que hacer una referencia a las grandes compañías productoras que explotan la naturaleza de manera masiva. Si continúa ese tipo de explotación cómo va a volver la gente, a qué y a dónde. En su pueblo de siempre ahora están las grandes máquinas y las sustancias químicas de estas compañías, y la propiedad de los terrenos, el minifundio, ha desaparecido. Es una transformación socioeconómica tan fuerte que va a costar mucho trabajo repararla.

P.- ¿Sería usted capaz de rescatar de su poesía completa el verso o poema que defina su infancia?

R.- No. No lo puedo hacer porque yo entiendo que la poesía no es una expresión definida de hechos, con sus límites y sus centros, no es temática. La poesía importa y tiene valor en la medida en que coincide con la vida. En mi escritura hay muchos poemas que tienen referencia y relación sensible o afectiva con la infancia, pero esto está diseminado y no aparece en un concreto ejemplo explícitamente infantil.

Gamoneda
Retrato de Antonio Gamoneda elaborado por Rafael Carralero.

P.- Además de parte de su infancia, ¿qué fue la guerra civil para usted?

R.- Se ha hablado mucho de los niños de la guerra. Pero llevado a una tipificación menos literaria, ocurre que quienes éramos niños con la guerra y adolescentes y jóvenes con la posguerra hemos vivido dentro de una situación que ha modificado los que pudieron ser nuestro crecimiento y nuestra formación más naturales. Las ha intervenido constante y duramente. Y eso permanece en los ancianos como yo que fueron niños entonces. Yo tenía 14 años y un día empecé a trabajar. A los tres o cuatro meses, se me ordenó, en la banca donde había entrado como recadero, empezar mi jornada a las cinco de la mañana prendiendo una calefacción inmensa. Todo eso puede ya indicar cómo ha sido intervenida mi adolescencia a base de explotación. Luego empecé a estudiar. Con mucho esfuerzo. Siempre con dificultades. No tengo nada que agradecer, desde luego, a aquellas circunstancias.

P.- «Yo vi lo que vi», la frase es suya. ¿Cuál es el recuerdo de su niñez más poderoso?

R.- Efectivamente. Cuando oigo decir en términos de ultraderecha que aquello ya pasó, yo digo que vi lo que vi. Quiero decir: que lo que vi, lo interioricé y ha estado y sigue actuando en mí. Vi las cuerdas de presos. Me di cuenta de lo que llamaban los paseos a las tres o cuatro de la mañana. Yo lo vi y lo escuché. Estuve dentro de esa circunstancia múltiple y terrible. ¿Quién me va a convencer de que ya pasó? No. No pasó. No pasó, en su realidad intelectual y moral el fusilamiento matutino en las cuestas de Puente Castro, aquí en León. Eso está ahí todavía.

P.- Hubo un tiempo en que los poetas, en España, acababan en el exilio o en la cuneta. Afortunadamente han cambiado un poco las cosas, ¿no cree?

R.- Las formas más crueles y ruidosas ya no se dan, afortunadamente. Ya no escucho los fusilamientos ni veo las cuerdas de presos. Pero eso no quiere decir, con independencia de que, como ya he dicho, las causas estructurales permanecen íntegras, no sigamos viviendo con una presión o un peligro sobre nuestras vidas. Hay militares, entregados a su manera, que lo dicen. No hace muchos meses ha habido una pequeña algarada de militares españoles. No creo que la historia se repita en los mismos términos, pero la presión configuradora en un país sometido, por mucho que se hable de la democracia, permanece. Sí, los poetas normalmente ya no tienen que exiliarse ni esconderse. Pero hay también lo que se viene llamando el exilio interior, el apartamiento de las causas profundas de la cultura, la falta de valoración de la creación no solamente poética, y todo el conjunto de consecuencias de aquello.

«La poesía es una potencia especial y subjetiva de la palabra que hay que adquirir si no se nace con ella. Y si se nace con ella, hay también que potenciarla»

P.- Por otro lado, la poesía se ha puesto de moda y abundan los jóvenes poetas.

R.- Hay dos aspectos. Es como la cara y la cruz de la circunstancia. En principio me parece positivo que haya jóvenes que se interesen por la poesía y que ellos mismos la practiquen de  manera frecuente. Pero viene la cruz. Esa especie de entusiasmo no suele, por lo que yo sé y he podido observar, corresponderse siempre con una vocación y unas capacidades auténticas. Entonces, se está produciendo una masificación sin una calidad real de la poesía como objeto estético. No deja de ser un extravío. Quizás no es un daño irreparable. La vocación o afición es lo positivo y no hay dato negativo en ello. La poesía tiene otras amenazas más fuertes como son la creciente mecanización de la vida o el apartamiento de la naturaleza. No faltan peligros. La proliferación juvenil de la poesía tiene su cara y su cruz.

P.- ¿Qué les decimos o recomendamos a esos poetas jóvenes para que esto no se desmadre?

R.- La primera recomendación, para que la práctica sea positiva ciertamente, es que piensen que la poesía no es el mismo lenguaje que usamos para andar por la calle o en casa. La poesía es una potencia especial y subjetiva de la palabra que hay que adquirir si no se nace con ella. Y si se nace con ella, hay también que potenciarla. Que los jóvenes lean. Y que lo lean todo. A los clásicos y a los actuales. Que lleguen a comprender que están actuando en un  terreno donde no vale trivializar. Sí pueden cuidar su vocación o afición en el sentido de hacer que la producción sea mejor históricamente, más aceptable.

Han de empezar a leer. Leer mucho a los grandes de todos los tiempos. Que no piensen que la poesía es tener una alegría o un entusiasmo o una tristeza y escribirla. Hay que entrar y vivir en ese lenguaje. Y luego darse cuenta de que, además de esa mejoría instrumental que necesita la poesía, tiene que coincidir seriamente con la vida, incluidas sus realidades morales y sociales. Pero siempre en una lengua realmente poética. Si no es así, se redactará un panfleto político, o… la guía de teléfonos, pero no poesía

P.- En 2032 podremos abrir el mensaje que dejó en la caja de las letras del instituto Cervantes.

R.- Yo ya no estaré por aquí. Supongo que se abrirá. Pero gracias por recordármelo porque yo no me acordaba de la fecha.

P.- ¿Habrá sorpresa?

Es posible que haya sorpresa, pero de alguna manera también será manifestación de unos datos que vendrán a configurarme; a configurar mi vida y a entender mejor mi escritura. Y puede que no sea para bien, pero eso ya lo dirán los que la abran. Puede haber cierta sorpresa, sí.



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