Pocos escritores son capaces de lanzar una mirada tan global como lo hace Philip Hoare. Este autor, que comenzó en el mundo de la escena musical londinense en los setenta para dar un vuelco después y dedicarse a la escritura, tiene una mirada que logra imbricar sus observaciones de la naturaleza con un vasto conocimiento del arte, la literatura y la cultura, logrando resultados que no dejan indiferente e, incluso, conmueven. Ático de los Libros publica ahora el último ejemplo, Alberto y la ballena, en traducción de Milo J. Krmpotić, un hipnótico viaje en el que la obsesión de Alberto Durero por los cetáceos nos lleva a una reflexión sobre lo que el arte puede decirnos de nuestra relación esquizofrénica con la naturaleza.
P.- Tras el éxito de Leviatán o la ballena, ¿por qué volver a este animal?
R.- Fue durante la promoción de ese libro, en Boston. Era febrero, y hacía muchísimo frío. Me refugié en el Museo de Bellas Artes, y allí me encontré con los increíbles grabados de Durero, que han conformado nuestra visión de la naturaleza con ese rinoceronte, esas manos en plegaria, esa liebre, reproducidos hasta el más mínimo detalle, pero con una visión muy moderna, no como mitos o alegorías, sino como representaciones exactas y vívidas. En esa época también visité Cape Cod y descubrí esa misión de Durero quien, como el capitán Ahab en Moby Dick, había intentado buscar la ballena, aunque fracasó. Me pareció muy interesante y quise saber más. Esto ocurrió en el 2010, así que Alberto ha estado conmigo todo este tiempo.
P.- Sorprende mucho cómo las palabras de Durero, y de otros autores, aparecen sin entrecomillar, integradas en su propia prosa.
R.- Ahora que me lo preguntas, me doy cuenta de que mi libro es casi como un Moby Dick, porque eso es exactamente lo que hizo Melville cuando lo escribió, iba de una cosa a otra, inventaba e incluso robaba de otras obras que leía en la biblioteca. Hoy en día sería acusado de plagio, pero yo he hecho lo mismo. Por ejemplo, Durero no tenía muy buena relación con las mujeres, no las representa bien, no se llevaba ni con su propia esposa. Y al mismo tiempo, tenemos en el libro al personaje de Marianne Moore, una poeta que sentía que Durero la cortejaba y se imaginaba una ballena en el Brooklyn de los años treinta. Para mí, son un elenco de personajes de una película y, si los tratas como tales, no tienes por qué citar sus palabras de una manera tan exacta como si fuera “no ficción”, ese término que odio.
P.- Una de las imágenes más potentes de su libro es cuando relata cómo las ballenas varadas del XVI sembraban la muerte entre los curiosos que se acercaban a verlas al reventar a causa de los gases de la putrefacción. Pocas páginas más adelante describe una moderna caza de ballena, una masacre hecha con alta tecnología. Parece como si nos estuviéramos vengando de ellas…
R.- El ser humano, en cierta forma, está resentido con la ballena por esta vida utópica que tiene en el mar. Es un mamífero que abandonó la tierra, nos dejó a nosotros atrás a cambio de obtener esa libertad, esa existencia casi perfecta. Sienten como nosotros, son animales culturales, con relaciones complejas como las nuestras, y sentimos cierta envidia, estamos resentidos por ese abandono.
«Nos comemos a los animales y no tengo ningún problema con ello, pero sí con el trato que reciben antes de morir»
En general, la relación entre el ser humano y el mundo animal ha sido la de depredador y presa. Nos comemos a los animales, y personalmente no tengo ningún problema con ello, pero sí con el trato que reciben antes de morir, porque es muy violento. Eso es lo que intenta reflejar Durero, la industrialización de los recursos naturales, en un momento en el que la ballena comienza a ser cazada en Europa por los vascos. Creo que toda esa explotación, toda esa perversión de la naturaleza, no podría haber tenido lugar si no nos hubiésemos separado del animal, si no hubiéramos adoptado una posición fría respecto al mundo natural del que formamos parte. Durero muestra una naturaleza serena, vívida. No creo que fuera un ambientalista, sino que simplemente estaba preocupado por el futuro, y su obra es una especie de advertencia sobre lo que podía llegar a ocurrir.
P.- En su libro relata cómo se funden miles de ballenas para obtener su aceite, cómo las maravillas de Cortés se convierten en lingotes para financiar guerras, cómo la bomba atómica se construye con el uranio expoliado al Congo. Y, mientras, Durero utiliza materia animal para fabricar pinceles y pigmentos para pintar ángeles. ¿Son dos caras de lo mismo?
R.- Creo que la diferencia es precisamente la intención de para qué usas la naturaleza. Gran parte del oro que se fundió para financiar el imperio de Carlos V se utilizó para acabar con personas; en cambio, el arte de Durero no mata a nadie. El propio edificio del Prado se financió con ese oro. Allí hay un cuadro de Margarita de Austria con un diamante, el Estanque, del que cuelga la perla más grande jamás encontrada, la Peregrina. Sabemos que, probablemente, esa perla la encontró un esclavo, y como digo es paradójico que una pintura tan bella esté también relacionada con esa parte más oscura.
Ese era el tipo de retrato que la gente le pedía a Durero; sus clientes eran banqueros, comerciantes, emperadores, príncipes, etc., que querían colgar sus propios retratos en sus castillos y palacios. Y, evidentemente, Durero se benefició de los recursos que sacaban de la tierra todas esas personas, participó de esa polución del mundo natural. Lo que hace Durero al dedicar tanto tiempo a la pintura de la naturaleza es equiparar a las personas con los animales o las plantas. Viendo su liebre en el museo Albertina, en Viena, una obra sumamente frágil, me di cuenta de que, para Durero, ese animal está al mismo nivel que un emperador como Maximiliano I. Esa es la paradoja del arte, que todas esas obras fueron financiadas por gente oscura.
P.- Durero se adelantó a Andy Warhol en su manera de aprovechar la tecnología para aumentar la reproductibilidad y comercialización de sus obras, y así ganar en autonomía con respecto a sus mecenas.
R.- A Durero le llevaba seis meses pintar un retrato, pero solo una mañana tallar la madera para hacer un grabado, y luego se podían hacer miles de copias que viajaban por toda Europa, desde Madrid a Londres, Ámsterdam, Viena, Núremberg u Oslo, donde tenía agentes que se dedicaban a venderlas. De esa manera, es en parte como Warhol, porque industrializa el arte, intenta salir de su círculo más inmediato y dar a conocer su obra. Cuando vemos sus grabados del Apocalipsis, con imágenes tan gráficas, tan duras, en blanco y negro, también nos recuerda mucho a Warhol, y eso es mucho más efectivo que crear obras repletas de colores y símbolos que somos incapaces de entender. Lo reduce todo a algo mucho más sencillo, que al mismo tiempo tiene un gran impacto en el espectador. Hay una conexión con las imágenes de muerte y destrucción de Warhol, como la silla eléctrica o los accidentes de coche, porque ambas son, en parte, representaciones del mundo moderno. En la tumba de Warhol, por cierto, aparecen las manos en plegaria de Durero.
«La ballena es como nosotros: son seres culturales, con relaciones sociales muy complejas»
P.- En el libro, Durero significa muchas cosas, incluso contradictorias. ¿Qué representa para Philip Hoare?
R.- Es una buena pregunta, pero que no puedo responder. Pienso en este libro como una conversación. Me imagino a Thomas Mann, a Auden, a Marianne Moore o a Durero, aquí sentados, quizá con un perro a sus pies, y todos ellos hablando sobre Melville. Esta es, al final, una imagen que construyo a partir de mi experiencia, y mi libro no pretende ser una historia del arte ni una crítica artística ni un ensayo académico, aunque obviamente bebo de todas esas disciplinas. Lo que intento ofrecer es un retrato y, como tal, puede contener errores. Estoy seguro de que la gente que aparece representada en el Prado no se parecen al 100% a cómo eran, porque es imposible reducir a una persona a dos dimensiones, y al final un libro está limitado por sus dimensiones. Creo que a Durero le habría encantado saber que aún hoy se sigue hablando de él, y que hay gente que escribe un libro tan loco como el mío, y alguien como tú que hace estas preguntas tan locas (ríe).
