José Miguel Viñas es un nombre esencial en la divulgación de la meteorología de nuestro país. Colaborador habitual de espacios tan emblemáticos como De pe a pa de Pepa Fernández en RNE, La aventura del saber y Órbita Laika (La 2), o Agropopular, con César Lumbreras, en la COPE, publica ahora El tiempo. Todo lo que le gustaría saber sobre los fenómenos meteorológicos (Shackleton Books), un libro que busca acercar a todos los lectores los conceptos y palabras clave de una de las ciencias con una relación más directa con nuestro día a día.
PREGUNTA. ¿Por qué necesitamos saber sobre meteorología?
RESPUESTA. Charlar sobre el tiempo es una de nuestras actividades más cotidianas, pero la cultura meteorológica no va en paralelo. Por eso creo que es necesario un libro como este, que aborde los conceptos y la terminología, y que llegue a la mayor parte de la población.
P. – ¿Sigue siendo la exigencia de la exactitud en las predicciones la espada de Damocles de los meteorólogos?
R. – Por supuesto. Fíjate en que, ahora, las predicciones que utilizamos se basan en las probabilidades de que algo ocurra. Pero cuando alguien me pregunta si va a llover mañana en Llanes, y le contesto que hay un 60% de que llueva en una franja horaria y un 40% en otra, me va a interrumpir y me va a decir: «espera, espera, ¿va a llover o no?» La gente está acostumbrada a las predicciones categóricas, incluso cuando los modelos de los que se dispone no lo permiten. Y luego está el problema de las escalas, que muchos tampoco sabe manejar: una cosa es hacer una predicción local para mañana o pasado, y otra saber si va a llover el día de tu boda, dentro de una semana. Cuanto más aumentamos la escala temporal, más entramos en el terreno de la incertidumbre.
«Cuando alcancemos la normalidad tras la pandemia, volveremos a ser conscientes de que los impactos del cambio climático no solo no se han detenido sino que, de hecho, van a más»
P. – Antes veíamos en la televisión el parte meteorológico. Ahora todos tenemos acceso, a través de las apps, a información instantánea, detallada y localizada. ¿En qué ha afectado eso a vuestra labor?
R. – Creo que es una oportunidad para que la gente entienda mejor esas reglas de juego de la predicción meteorológica, y cómo en ocasiones es mejor acudir a un predictor que interprete esa información y te diga cómo puede evolucionar. Las aplicaciones están hechas ad hoc para el usuario, pero pueden pasar horas hasta que se actualicen, y esos nuevos datos pueden introducir cambios importantes en la predicción.
R. – Por un lado, hay un segmento de la población, sobre todo gente mayor, que no tiene acceso a internet, y se siguen informando por los medios tradicionales, especialmente radio y televisión. Tampoco la información del tiempo ha tenido la evolución que habría cabido esperar. El formato clásico de Mariano Medina, el hombre del tiempo de TVE de los setenta y los ochenta, a pesar de todas sus limitaciones para hacer el pronóstico, prácticamente se mantiene: un meteorólogo, unos mapas y unas explicaciones. Ahí podría haber un cambio, que ya se ha hecho a nivel tecnológico, pero no tanto en la estructura. Y el salto fundamental sería lo que comentamos, la introducción de lo probabilístico, y esa es una tarea que debemos hacer todos los comunicadores, especialmente en situaciones concretas, como una DANA o un temporal, cuya evolución puede tener un impacto importante en la sociedad.
P. – Los meteorólogos os habéis convertidos en los portavoces del cambio climático. Tenéis la oportunidad de llegar al gran público, algo que le está vedado normalmente a los climatólogos.
R. – Ahora tenemos una exigencia de estar al tanto de la ingente cantidad de estudios que están arrojando información sobre este tema. Debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece la exposición de la meteorología que no tienen otras ciencias, porque no hay un espacio todos los días a las 21.30 h. en la televisión dedicado a las matemáticas, por ejemplo, visto por millones de personas. Cuando alcancemos la normalidad tras la pandemia, volveremos a ser conscientes de que los impactos del cambio climático no solo no se han detenido sino que, de hecho, van a más.
P. –Imagino que el problema es, por ejemplo, hablar de calentamiento, cuando vivimos episodios de un frío excepcional en momentos del año en que no debería haberlo. Es inevitable que la percepción de lo particular interfiera con el cuadro global.
R. – A eso es a lo que se agarran los negacionistas, aprovechan que hay un debate científico real, que no niega el cambio climático, pero que sí aún está intentando entender muchos aspectos del mismo. Cuando sucede algo puntual de sentido contrario a la tendencia general, los que quieren meter ruido en la conversación lo van a aprovechar para cuestionarlo todo. Pero el peso de las evidencias es incontestable: las tendencias están ahí y se está empezando a hacer estudios de atribución, que son costosos. Cuando ocurre un fenómeno como la borrasca Filomena, o las tormentas de este fin de primavera, no podemos saber en poco tiempo si la responsabilidad última es del cambio climático. En algunos casos sí, porque disponemos de la suficiente información, y se pueden vincular. Vemos que hace ciento y pico años hubo otra borrasca como Filomena, pero lo significativo es que haya ocurrido esta cuando las condiciones climatológicas generales son muy diferentes. Y el hecho de que haya tantos eventos excepcionales que se suceden con tanta rapidez, nos indica que está ocurriendo algo en el cuadro general.


P. – La pandemia nos ha mostrado lo complicadas que son las relaciones entre los científicos y la política. ¿Ocurre lo mismo en el caso del clima?
R. – Sobre esto tengo una cierta frustración. Parece que el cambio climático ha llegado de repente, y en realidad los científicos llevamos treinta años anunciándolo y destacando que la única solución es reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Me preocupa que las políticas estén moviéndose a posiciones extremas; por un lado, existe un extremismo neoliberal, de derechas, que se opone a prácticamente cualquier medida que sugiera la ciencia, y luego otro, de signo contrario, que lo lleva al otro extremo, perdiendo la perspectiva global. La virtud, para mí, estaría en el medio; no podemos dejar de ser una sociedad con el desarrollo que tiene y devolverla a situaciones del pasado. Debemos movernos hacia un futuro sostenible, pero si cogemos el discurso que plantean los ecologistas, parece que lo único que importa es que nadie coma carne dentro de diez años. Me preocupa y no me gusta la extrema polarización.
P. – Esos treinta años son un tiempo perdido, en el que la situación no ha dejado de empeorar…
R. – El problema es que en nuestro mundo conviven varias realidades. No sirve de mucho que los países europeos se muevan a la vez, si luego los grandes países asiáticos no hacen lo mismo, o si Estados Unidos no se alinea en el mismo sentido, porque son esos gigantes los que parten el bacalao. Se hacen avances relativos en las cumbres, y veremos lo que pasa en Glasgow, pero los avances que se hacen no compensan los retrocesos. Las emisiones de CO2, lejos de disminuir, están aumentando, pero no veo cómo se puede abordar esa urgencia.
P. – Los modelos indican que, en España, nos encaminamos hacia un aumento de la aridez.
R. – Nos encontramos en la región mediterránea, donde las sequías meteorológicas no son extrañas. A veces se prolongan demasiado y entramos en las sequías hidrológicas, donde nuestras reservas de agua se resienten. Los escenarios planteados hablan de períodos de sequía más prolongados, y eso es malo cuando somos frontera entre la región mediterránea y el norte de África, porque traerá desajustes. Hay incertidumbre con respecto a la lluvia; los modelos hablan de solo una ligera disminución de las precipitaciones hacia final de siglo, pero lo que sí que parece observarse es que lo que cambiará es el reparto, que se concentre en menos días, y que cuando llueva lo haga con mayor intensidad, con su impacto en la erosión del suelo.
«Los políticos tendrían que estar actuando ya, de forma urgente»
P. – ¿Qué podemos hacer desde España ante esta situación?
R. – La adaptación es factible, siempre que los cambios no sean tan importantes que la hagan difícil, e implican cambiar qué se cultiva en cada zona, porque toda nuestra economía está armada sobre un esquema que lleva muchos años implantado. No es lo mismo tener que cambiar a lo largo de cuarenta años que tener que hacerlo en tan solo cinco o diez, y ese es el reto: la velocidad del cambio climático, queramos o no, nos llevará a reorganizar muchas de nuestras actividades. La ventaja es que ahora, si llega un ciclo climático, podemos adelantarlo. Los políticos tendrían que estar actuando ya, de forma urgente. Si ya sabemos que, dentro de cuarenta años, el sudeste peninsular va a ser aún más árido, podemos tomar medidas ya.
