"El pensamiento conspiranoico es una especie de rebeldía"

«El pensamiento conspiranoico es una especie de rebeldía»

Noel Ceballos

Periodista y escritor

Noel Ceballos publica un libro en el que rastrea las raíces y la historia de las grandes conspiraciones, que tienen una influencia real en temas tan sensibles como la política o el cambio climático. Una necesidad, la de buscar quién maneja los hilos, que en realidad es tan vieja como nuestra vida en sociedad


Miguel Ángel Delgado
Madrid | 20 agosto, 2021

Tiempo de lectura: 6 min



Hasta hace poco, «conspiranoia», neologismo surgido de «conspiración» y «paranoia», era un término para unos pocos entendidos, pero gracias a la irrupción de las redes sociales y de unos políticos asiduos al uso de las fake news, se ha convertido casi en una palabra de uso común. Sin embargo, las conspiraciones nunca han estado ausentes de nuestras sociedades, como demuestra el periodista Noel Ceballos en su último libro, El pensamiento conspiranoico, editado por Arpa. Hablamos con él sobre la extraña fascinación de un fenómeno que no parece tener límites.

PREGUNTA.- ¿Estamos condenados a vivir con las conspiranoias?

RESPUESTA.- Sí, la desconfianza y la atracción por el misterio son algo muy humano.

P.- Afirmas que no se pueden enfrentar desde la razón.

R.- Creo que las dos herramientas más poderosas que tenemos son, por un lado, la empatía, porque un conspiranoico no es un enemigo, sino alguien que ha elegido un determinado marco de pensamiento para enfrentar al mundo. Y la otra son las preguntas; para combatir un dogma, no debes intentar imponer tu versión, sino sembrar la duda. Así, quizá esa persona se hará esas mismas preguntas y podrá llegar a conclusiones que la aparten de él.

P.- ¿Hemos pecado, entonces, de soberbia a la hora de abordar el problema de los bulos conspiranoicos?

R.- Se trata, más bien, de que no vale de nada contraargumentar, porque no solo consideran que su argumento es mejor, sino que ellos conocen la verdad oculta y tus argumentos están manipulados desde el poder. En el fondo, el pensamiento conspiranoico es una forma de rebeldía contra el sistema y la versión oficial. Por tanto, no puedes recomendarles que se lean esa «versión oficial», porque desconfían de ella.

P.- El terraplanismo es una de esas conspiranoias especialmente llamativas, porque no se entiende muy bien la necesidad de una conspiración así.

R.- Es cierto que no es igual que otros casos, como el asesinato de Kennedy, donde hay una versión oficial que hace aguas en diferentes momentos. Con la Tierra plana es más difícil averiguar a quién beneficiaría. Lo que sí que es cierto es que en todos estos grupos se genera un sentimiento de pertenencia muy importante que se declara en rebeldía contra el resto del mundo, lo que les convierte en una subcultura, una tribu urbana más.

P.- En tu libro te detienes de manera especial en la figura de Jeff Bezos.

R.- Bezos no quiere dominar el mundo, él solo quiere ser el pez más grande en la piscina del capitalismo. Pero es cierto que tanto Amazon como Facebook, por poner dos ejemplos de Silicon Valley, tienen mucha responsabilidad en la hegemonía del pensamiento conspiranoico de nuestros días. Amazon vende todo tipo de panfletos negacionistas a 50 céntimos a través de Kindle, y ya sabemos que Facebook ha sido una superautopista para las fake news.

Cuando el escándalo de Cambridge Analytica, la gente no gritó «¡conspiración!». No, lo que pensaban era que Hillary Clinton era una reptiliana, y el partido demócrata una fachada que ocultaba una secta satánica. Y no, el verdadero escándalo era que una empresa había vendido todos sus datos al mejor postor, y eso sí que tendría que haber alentado un pensamiento conspiranoico, pero parece que siempre preferimos las explicaciones más fantasiosas.

P.- ¿Porque dan sentido al caos que nos rodea, aunque sea un sentido delirante?

R.- Sí, vivimos en un mundo muy complejo. La conspiranoia pone orden en ese caos y nos dice que todo forma parte de un plan trazado por unas élites que gobiernan el mundo desde las sombras, y eso es más tranquilizador: si hay un plan, aunque sea malvado, quiere decir que hay un proyecto, no hay caos. El chivo expiatorio es muy reconfortante.

P.- Para ti, el asalto al Capitolio es un momento clave.

R.- Fue un punto de inflexión que recogió lo sembrado durante cuatro años por Trump y el partido republicano. Toda esa gente que decidió pasar a la acción y recopilar en el Capitolio las pruebas de que las elecciones habían sido amañadas, y no las encontraron, me recuerda mucho a lo que sucede en las sectas. En lugar de dar un paso atrás y reconocer que habían tirado por la borda varios años de su vida, decidieron apostar a doble o nada.

Donald Trump durante un mitin político en 2020. | Foto: Evan El-Amin

Hay un porcentaje de quanones [en referencia a la teoría de la conspiración Q-Anon, popular entre los seguidores del exmandatario republicano] que se desengañaron y dejaron el movimiento, pero hay otros que siguen convencidos de que la realidad, tal y como la vemos, es una mentira, y que Biden es un títere que sigue estando a las órdenes del verdadero presidente, que sigue siendo Trump. Creo que la conspiranoia es una huida hacia adelante porque, cuando has invertido tanto tiempo y esfuerzo en esta cosmovisión, no puedes dejar que la realidad te la tire abajo, porque estás en guerra con esa realidad.

P.- Uno de los mitos persistentes es el del «judío internacional».

R.- A partir del Holocausto, el antisemitismo ya no podía ser explícito. No desapareció, pero se hizo invisible. Los que hoy están convencidos de que George Soros está detrás del Black Lives Matter, el movimiento por la independencia de Cataluña o las cumbres del cambio climático, en realidad no saben que están reproduciendo la misma canción antisemita que contaminó a Europa con Los protocolos de los sabios de Sion. Eso sí, no puedes decir que Soros es el responsable porque es un banquero judío, sino que tienes que decir que es un globalista que llega a tratos con las élites.

«Para combatir un dogma, no debes intentar imponer tu versión, sino despertar la duda»

P.- En lo que respecta al cambio climático, las evidencias científicas tienen muy complicado abrirse camino frente al negacionismo.

R.- Hay un problema gravísimo, que es que se ha politizado muchísimo algo en lo que no debería haber bandos, porque las evidencias científicas nos llevan a una única conclusión posible. Lo que se intenta, que es algo muy del pensamiento conspiranoico, es achacar al bando contrario unos intereses ocultos. En realidad, los intereses espurios los pueden tener las empresas que, si se aplica el Green New Deal, pueden verse perjudicadas, porque son las más contaminantes. Pero se ha envenenado el discurso y las mentiras han calado.

Los negacionistas repiten consignas como lo que cobra Al Gore por cada conferencia, o que Venecia aún no está sumergida, mantras que solo se pueden combatir con información contrastada. Pero, como digo, es muy difícil, porque hay mucha gente que no niega que exista un cierto calentamiento, pero sí que desconfían sobre la lucha contra el cambio climático como tal, porque consideran que enriquece a los que ven como sus enemigos ideológicos.

P.- En tu libro se percibe simpatía por la figura de Greta Thunberg.

R.- Me parece muy interesante que se haya convertido en esta Juana de Arco de la lucha contra el cambio climático, y que eso haya obligado a tantos hombres poderosos a comportarse como unos abusones. Creo que su enfrentamiento con Donald Trump es muy gracioso; cuando él tuiteó que veía que era una niña muy feliz, con todo un futuro por delante, ella le respondió lo mismo cuando él perdió las elecciones. Ahí vemos dos némesis que son muy graciosas y que muestran lo que está en juego; la batalla contra Greta simboliza la batalla entre dos generaciones.

Greta Thunberg
La joven activista sueca Greta Thunberg participa en una manifestación contra el cambio climático organizada por el movimiento Fridays For Future en 2019 a las afueras del Parlamento sueco, Riksdagen, en Estocolmo. EFE/Pontus Lundahl

P.- En tu libro cuentas cómo de niño tu principal terror era ser abducido, idea presente en una serie tan influyente como Expediente X.

R.- Habría que ver qué podría decir un psicólogo freudiano, pero es cierto que el miedo a la abducción no tenía un sujeto claro. Y una serie como Expediente X enseñó a mucha gente lo que era la conspiranoia. La trama era que existía una gran conspiración, y de hecho se llegó a sugerir que la verdadera conspiración era llenar todo de pequeños complots que ocultaban que, en realidad, no había nada detrás, solo un entramado para captar la atención del público. Pero esa generación de Expediente X empezó a dar la bienvenida a esas conspiraciones en sus vidas.

Recuerdo que cuando aparecieron los primeros negacionistas del 11-S, que lo atribuían a un atentado de falsa bandera para justificar la futura invasión de Irak, ponían como ejemplo al personaje del Fumador. Es cierto que hay una retroalimentación: Expediente X se inspiraba en muchas conspiraciones de la realidad, y luego su ficción inspiró a muchas conspiranoias de esa realidad.

«Toda la sociedad es ahora un gran Mulder que quiere creer»

P.- De hecho, dices que, cuando Expediente X hizo amago de volver, perdió toda la gracia.

R.- Sí. Por primera vez, parecía que iba a rebufo, incluía cosas como Wikileaks después de que hubiera salido a la luz, y eso hacía que fuera perdiendo el pulso frente a un mundo que ahora era mucho más oscuro. Teníamos a una pareja de protagonistas, uno creyente (Mulder) y otra escéptica (Scully), que luchaban contra una verdad oculta al gran público y que, cuando volvían, se encontraban conque esa verdad ya estaba copando titulares. Ya no necesitas a esos paladines, toda la sociedad es ahora un gran Mulder que quiere creer.



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